Para informarse y entender lo que pasa, se pueden leer los diarios del día o los de hace más de dos mil años, en formato de libros de historia. Unos dicen lo que paso ayer, los otros también, pero además cuentan sus consecuencias, la ficción y la fantasía nunca me interesaron, con mi propia calenturienta imaginación me basta.
Pasar siempre pasa lo mismo, causas y consecuencias se repiten y las olvidamos. Quizás sea un mecanismo de defensa psicológico para borrar de la memoria los desastrosos resultados de lo que hicimos con tantas buenas intenciones.
Son dos maneras de saber donde se esta parado y hacia dónde se dirige el movimiento de la historia. Una divagando sobre lo que puede ocurrir, otra pudiendo verlo. Algo así como el conocimiento necesario para decidir si subo a este ómnibus porque se dónde va o lo dejo pasar porque no me lleva dónde voy.
El mundo actual está poblado por drogadictos y escapistas de la realidad para refugiarse en fantasías de mermelada. No seamos uno de ellos.
¿Se siente tentado a sumergirse en la buena historia?
Se que hay un prejuicio, lo tuve y lo superé, acerca de la famosa objetividad histórica, tiene razón pero tiene remedio. Los ingredientes del secreto los puso en letras de molde hace tiempo en un solo capítulo de un pequeño librito (*) “El Criterio” Don Jaime Balmes, un verdadero tesoro en estas épocas. La filosofía del sentido común llamaron a sus obras.
Acerca de la objetividad le cuento mi experiencia. Lo que verdaderamente interesa, sea de la actualidad o de la historia es el conocimiento y la honestidad del que relata o informa, que no utilice los hechos para llevar agua para su molino. Ideologizar diríamos. El que se vendió una vez, vive en oferta. El primer pecado es el que cuesta, después salen solos como el chorro del sifón.
Conviene repetir la lectura de determinados personajes o épocas por distintos autores, apartándose como de la peste de los “best sellers” Nóbeles, Quijotes, Príncipes de Asturias y otras cucardas conocidas. Verdad, honestidad y excelencia se dan de patadas con el comercio y la figuración.
Es humano e inevitable que cada escritor tenga su corazoncito, sus cuestiones de química con personajes y personajas de la historia, esos que te seducen o los que te paran los pelos de la nuca, no es malo; peligrosos son los fríos y calculadores que manipulan la realidad para ponerla a su servicio. Sin falsear un solo dato un escritor puede convertir a un fulano en un pelmazo, un canalla o un sacrificado héroe defensor de la libertad, los pobres, niños y mujeres; las buenas maneras del educado pueden ser el amaneramiento del marica o la distinción del Señor sin necesidad de decirlo expresamente., basta condicionar la imaginación del lector.
La única objetividad que se le puede pedir a un periodista, analista o escritor de historia es presentar las distintas versiones del hecho o al menos dejar constancia que las hay, las mismas fuentes son falsas o interesadas, las operaciones de prensa están en la raíz del teatro griego o del siglo de oro español; son la médula del discurso de oradores de impecable retórica y logógrafos, Demóstenes, Cicerón y Catón de Utica entre ellos.
Con el tiempo se devalúan los valores, lo que antes era tarea de poetas, escritores. literatos y pintores hoy es trabajo de improvisados, Goebbels no fue un adelantado de la propaganda, solo un discípulo de griegos y romanos con recursos técnicos s.XX.
Ayer como hoy, tablas, papiros, pergaminos, inscripciones en piedra, placas de bronce o los documentos oficiales no son de fiar. La única certeza solo la pueden dar el conocimiento, la comparación, el sentido común, el criterio y la sana lógica.
La literatura es eso, estilo, ritmo, sintaxis y buen uso del idioma, jamás podrá ser tomada como historia.
Hay quienes idealizan las fuentes originales, pretender que se conoce la verdad porque se leyeron los originales de la guerra de las Galias, la Segunda Guerra mundial de Sir Winston Churchill o Caperucita Roja del Lobo Feroz es una ingenuidad propia de infantes y no de adultos con una mínima experiencia en la vida.
¿A que vino todo esto? Estaba en la puerta y salió, posiblemente porque anoche terminé después de unos meses los seis libros de la serie sobre el fin de la República Romana novelada de Colleen Mac Cullough, que abarcan solo desde el 125 a.C. Julio César padre y Cayo Mario al 42 a.C, vísperas de la batalla de Actium, los suicidios de Marco Antonio y Cleopatra, la anexión de Egipto y el comienzo del principado de Octaviano.
Casi ocho mil páginas de solo ochenta años y menos de diez grandes personajes centrales, pertenecientes a dos generaciones. Pocas veces se dio que en tan poco tiempo hubiese tantos protagonistas, todos emparentados, compañeros de juego o de estudios, arrastrando seculares odios y lealtades familiares.
Generales, políticos y empresarios exitosos; tiranos, demagogos, populistas y anquilosados reaccionarios; los serviles, ambiguos, ingenuos y especuladores; funcionarios obsecuentes, concesionarios, banqueros, “cajeros” y esquilmadores; allí están todos, los hechos y la suculenta chismografía de todos los sectores de la vida romana.
El tiempo más interesante, menos manoseado y más actual de la antigüedad reciente, época que parecía bisagra y solo fue una puerta giratoria que repite sus movimientos desde entonces, por la que entran y salen de escena los mismos personajes, que no cuesta reconocer aunque se vistan distinto y usen otros nombres.
Verdaderamente estaba apurado, para releer y consolidar todo lo que ya leí sobre la época. Con todo eso a cuestas me entretienen las negras noticias de los diarios. Ya pasó, ni se acaba el mundo ni nos corren los moros, al decir de los clásicos según nos recuerda Pérez Reverte.
Seguimos descubriendo como la última novedad salvadora, lo que ya se probó y descartó por inservible y nefasto. Se continuará haciendo lo mismo y tropezando con las mismas piedras. Somos humanos no podemos ser ni hacer otra cosa. Gracias a Dios, nos resistimos a acostumbrarnos y conservamos la capacidad y el entusiasmo para enojarnos y pelear contra todos.
¡¡¡Esto si que es vida!!!
Recomendación: Si se hace el tiempo para leer los dos primeros libros de esta serie (**) no preciso agregar una coma, usted ya es un adicto. Comencé con la historia cuando ingrese a la primaria, historia argentina en ese entonces que abandoné poco después a fuerza de cuestionarme todo, el antes de ayer no es historia, ni es creíble, cuando las pasiones siguen encendidas al rojo vivo. Solo son crónicas más o menos interesadas como todas.
Mi pretensión quizás desmedida, más que saber historia es entenderla (***) Allí se me reveló un secreto conocido. No se puede entender lo que no se conoce, más allá de fechas y nombres, la intimidad profunda de las tierras y las poblaciones, sus caracteres, creencias, vivencias cotidianas sus necesidades y aspiraciones.
No es posible tener con todas las culturas y pueblos la misma empatía. En mi caso los helenos me superan, siempre se me escapan por alguna fisura.
Más tarde Alejandro y los griegos me llevaron a Persia, Egipto, Sicilia y Cartago, Roma está en medio de todos, no se la puede eludir. Entenderla no es tan fácil como cree Hollywood. Hay que meterse dentro y vivirla.
Si sus conocimientos son tan endebles como los míos cuando llegué al Tíber con Eneas hace 30 años le sugiero tener un pantallazo general de la época a través de un excelente escritor: La historia de Roma de Indro Montanelli, breve y buena. La leí después de haber debutado con una obra mayúscula “La formación de Europa” de Gonzague de Reynold, aprovechando una hepatitis que me sacó de circulación por tres meses.
Bienvenido al Club del Buen Leer.
El artículo es más largo que lo habitual, para leer tranquilo y con tiempo. Sírvase un tinto y métale el diente, vale la pena. Sin falsas modestias, el único aporte personal es haber sido un diapasón que entra en resonancia con los excelentes sonidos que otros producen. Hace un mes que lo tengo a fuego lento.
(**) EL CRITERIO índice.
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