Una situación curiosísima, un gobierno enfrascado en una polémica pública e internacional pretendiendo sancionar de urgencia una ley de medios de comunicación, sin tener seguridad de contar con los votos necesarios y un procedimiento público de un exhibicionismo desproporcionado para intimidar a un multimedio de comunicación.
La cabeza del organismo que efectúa el procedimiento en tanto el mismo está en curso envía una carta a los inspeccionados afirmando que no es responsable por el mismo y minutos después declara a la prensa que los funcionarios (anónimos) que sin atribuciones lo ordenaron han sido separado de sus cargos.
A continuación el jefe de gabinete sugiere que “alguien les pagó a esos funcionarios, para desacreditar al gobierno” para sucio y falso solo hay que llamarse Aníbal Fernández.
Cierra la función por cadena nacional la otra Fernández, para despenalizar calumnias e injurias y no hacer mención a lo ocurrido que ya estaba con fotos en las portadas digitales de todo el mundo.
Queda en limpio que el desprestigio del multimedio es de tal calibre que el gobierno pudo haber fabricado una operación que parezca creíble para echarle la culpa, o que el gobierno no controla el orden público ni lo que se decide en despachos oficiales. El Congreso y la oposición mudos.
En síntesis no hay gobierno ni nadie enfrente. Anarquía, vacío de poder ¿como se conjuga esto con estado de derecho, respeto a la autoridad y asegurar gobernabilidad por dos años más?
Con las anarquías terminan un Julio César, un Napoleón o desembocan en una guerra civil bien caliente. Nunca las resolvieron los demagogos ni timoratos institucionales, ellos solo abonan la tierra para que ocurra y después crucificar a los malos que restablecieron un mínimo de orden por las buenas o a palos, encasquetándose la corona de laureles de los puros.
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