Rescato un término muy en uso hace muchos años en política, para describir ese estado que dejó la solidez de una forma definida paso a ser crema y siguió hasta el líquido absoluto, agua.
Esa que escurre por cualquier parte, que sin ruido filtra por grietas invisibles o desaparece en el suelo para reaparecer más allá misteriosamente buscando su nivel. Situaciones que siguen su curso en silencio fuera de la vista y de todo control.
Una verdadera definición del hoy y ahora: no parece que pase nada, pero está pasando todo lo que se verá mañana.
Desde anoche que escribía en caliente al mismo tiempo que ocurrían los hechos la idea me daba vueltas, hoy me encuentro con el artículo de Carlos Pagni en la Nación* cuya información me certifica que no andaba errado.
Pasa más de lo que parece; indudablemente mucho sin relevancia, es el tiempo de abrir los ojos, una sólida masa de hielo, una semana más adelante se le escurre como agua entre los dedos.
Bruscamente del no pasa nada al pasó de todo, hay un suspiro.
Cuántos dijeron -terminaron las elecciones y el escrutinio, Se abre una nueva etapa. No hay nueva etapa sin terminar la anterior y aquí pasamos de la mentira cotidiana y el mundo de fantasía a negar el almanaque, el domingo 28 no pasó.
No se trata solo del conocido autismo oficial, el vicepresidente al que ayer me olvide de recordarle que no se puede estar al mismo tiempo tocando la campana y en la procesión; hoy anuncia su viaje al Ecuador casi simultáneo con el de la presidente a Honduras. Le cambio el dicho, che Cobos, el que se va a Sevilla pierde su silla.
Pasó el tiempo de rugidos y desplantes, ahora vienen los reptiles ponzoñosos en silencio a inyectar todo su veneno con cínicas sonrisas.
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