agosto 02, 2010

ABRIR LOS OJOS Y AGUDIZAR LOS OIDOS





Por Elena Valero Narváez

Cuando tenemos que tomar decisiones, primero definimos la situación, luego el fin o la meta, seguimos por pensar con que medios contamos para alcanzarla y por último compatibilizamos los medios con los fines.
La determinación de los plazos es importante ya que nuestra vida no es ilimitada y, también, porque la oportunidad, la mayoría de las veces, no se repite.

Una decisión racional implica un balance entre costos y beneficios: optar, irremediablemente, nos obliga a dejar cosas, también valiosas, en el camino.
El resultado de nuestras acciones está siempre teñido por lo incalculable y por limitaciones genéticas, de personalidad, sociales, históricas y accidentales. No es sencillo separar lo racional de lo irracional, no dejar que dominen las pasiones, de alta carga emocional, y en menor medida los sentimientos, ese complejo de emociones más duradero y menos imperioso, pero mas estable.

Sin embargo, el reconocimiento de las dificultades que existen para alcanzar la realización de la meta, no significa que es imposible lograrla.
Por lo que se observa en los políticos de nuestro país, el fin que se privilegia es alcanzar el puesto político con el que se sueña pero sin contar si se tienen recursos para siquiera intentarlo. Olvidan que toda decisión necesita de la mejor información posible y sobre todo no tienen en cuenta que sus acciones nos afectan a todos.
Ofrecer, por ejemplo, en la campaña electoral, ventajas al conjunto de la sociedad o a sectores significativos, sobre la base de reducir las entradas del estado aumentando sus deudas y transfiriendo recursos que son de todos de la actividad privada al área estatal o viceversa, es aprovecharse de los recursos del estado para su propio beneficio. Pretenden darlos a sus incondicionales o a quienes les proporcionan votos sin medir sus acciones con los costos probables: disponer de las posibilidades discrecionales que brinda el Estado, sin hacer un cálculo de las consecuencias.

La mayoría de los candidatos a futuro presidente no muestra ser sensible a lo inesperado, imprevisto e incalculable de la vida social, como debe serlo un político que se precie, ni siquiera explicitan cuales pueden ser las respuestas a lo que piden, casi a gritos, las personas que se ven sobrepasadas por la inseguridad, por el aumento del costo de vida, producto de la inflación, por la falta de energía y trabajo.

Escuché decir al candidato presidencial Ricardo Alfonsín, por TV, que durante el gobierno de su padre habían tenido que soportar algunos “problemitas” por no ceder al “Consenso de Washington”. También despotricó contra el “neoliberalismo”.
Alfonsín parece no tener la más mínima información de por qué su padre equivocó el rumbo creyendo que con explotar el parecido basta para ser reconocido como buen candidato.

Los ejemplos son innumerables para demostrar que no hay metas definidas por la mejor información posible, ni por comparación de políticas alternativas que obtienen éxito en otros países, ni tampoco por aprender de los errores, comenzando por reconocerlos.
Creo que hay mucho mejores candidatos dentro de la UCR, aunque no se parezcan físicamente al ex presidente Alfonsín, que han aprendido que no basta con las buenas intenciones para sacar al país adelante pero, las encuestas muestran, que nos conformamos con el aire bonachón y el parecido de Ricardo a su padre sin que importe que su discurso político esté alejado de la realidad. ¿Los argentinos queremos caer otra vez en el mismo pozo?.

Para salir de la situación actual se debe hacer camino al andar pero con la meta de fortalecer valores, normas y estructuras que tiendan a crear condiciones culturales (especialmente éticas) y sociales, que permitan la vigencia de la democracia, un ambiente donde la gente se mueva por motivaciones puramente personales dentro de un marco de mercado libre.
Los políticos deben aspirar a consolidar la opinión pública, el mercado del voto, y a los partidos políticos tanto como a presentar programas de gobierno que se adapten a la coyuntura política del momento sin dejar de lado los principios motores de nuestra Constitución.
Debiéramos insistir, sobre todo los que tienen responsabilidad política, en modificar la actitud prescindente de los compromisos con la realidad que nos rodea y lastima.
Hay dirigentes nuevos y otros que han aprendido lo suficiente como para saber que si no se esfuerzan por consolidad el sistema de partidos, aparecerá como posibilidad algún grupo con doctrinas revolucionarias que entusiasme a la gente e intente cambios violentos. No debemos olvidar que el éxito político no dice nada acerca de la validez de lo que se propone.
Ni el partido radical ni el peronista, como tampoco ningún otro, tienen ideas, deseos o fines. Son los individuos que lo integran quienes los tienen. Es por ello que a ellos debe tender nuestro análisis observando sus ideas, socialización, y creencias. También su trayectoria y comportamiento dentro de la estructura partidaria antes de depositar en ellos la confianza.
Sin información y conocimiento de los problemas no se puede hacer una estimación y elección realista de los recursos, fines y consecuencias, ni de los costos tentativos de cada opción para resolverlos.

Para evaluar a las personas, y con más razón a los políticos mas allá de las intenciones debemos considerar las consecuencias que aparejan o aparejaron sus políticas. Un ejemplo: al ex presidente Alfonsín se lo podría considerar un hombre bueno pero si analizamos el resultado de su política, llevar al país a la hiperinflación, tenemos que considerarlo un desastre.
Hay muchos ejemplos históricos que nos retrotraen a las consecuencias de políticas equivocadas que fueron aplicadas en nombre de una sociedad mejor, como sucedió en la URSS: la colectivización de la tierra produjo 12 millones de campesinos muertos. El respeto por la persona se esfumó como también en la Alemania nazi por fines y métodos irracionales.
Por último, subrayo que todos los que están compitiendo por el poder están también compitiendo por el favor de la gente, de la cual dependen por completo si seguimos en un régimen democrático donde predomina la acción electiva y la competencia de individuos libres e iguales ante la ley. Por lo tanto, la suerte de los candidatos depende de quienes votamos salvo que permitamos, por no aprovechar el momento de decisión, que los Kirchner u otro candidato, invocando la falacia del “bien común”, destruya el marco normativo que pretendió guiarnos desde 1953 y se entronice en el poder.

No se podrá controlar a ningún gobierno si no trabajamos para tener una vigorosa sociedad civil por la magnitud del sector privado, una cultura política que no sea autoritaria, corporaciones que no reduzcan el ámbito de ingerencia de los partidos políticos absorbiendo sus funciones y una opinión pública institucionalizada.

Elena Valero Narváez. Autora de “El Crepúsculo Argentino”. Lumiere. 2006
evaleronarvaez@hotmail.com

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