Vivimos en un mundo agnóstico. Un mundo científico. Un mundo de probabilidades y estadísticas que no deja lugar a los milagros. Aún así, cada día se producen millones de milagros en todo el mundo que echan por tierra todo lo conocido, todo lo esperable, todo lo probable y todo lo explicable. En este mundo de “verdades” comprobables fácticamente, erigimos la ciencia como dogma y tenemos siempre una respuesta lógica para todo lo que ocurre, excepto para el milagro de la vida.
Somos el resultado de una despiadada e inexplicable selección natural. Cada ser vivo que nace es elegido de entre miles de millones de otros posibles. Un óvulo solo permite ser fecundado por un solo espermatozoide al que elige por razones que se desconocen, y una vez fecundado se vuelve impenetrable a otros.
Cada uno de nosotros, cada ser vivo en la tierra es único e irrepetible y por ello todos tenemos sentido, todos tenemos un lugar en el mayor de todos los milagros, la creación. Todos; los gordos, los flacos, los altos los bajos, los negros los blancos, los superdotados, los infradotados y los “normales”, absolutamente todos tenemos razón de ser en función de un milagro previo, esa salvaje selección que permite solo la unión entre unas células concretas de nuestros padres. Allí, contra todo pronóstico y frente a millones de obstáculos nace la vida y ocurre el milagro.
Toda vida es un milagro, incluso aquella que no llega a ver la luz. Toda vida tiene su razón de ser aunque no entendamos su sentido.
En los lugares más remotos, en las condiciones más inapropiadas y contra toda lógica, resulta revelador observar como la vida se abre paso. Aún en medio de catástrofes la vida es capaz de sobreponerse e impregnar con su milagro todo en derredor. Así se encuentran personas que contra toda probabilidad consiguen sobrevivir, bebés que resisten situaciones insospechables y algunas personas que vivían sin importarles los demás se acercan a colaborar. No hay espacio para la ciencia allí, solo para los milagros.
Somos fruto del milagro de la vida y somos una parte fundamental en la continuación del mismo pero éste no depende de nosotros, escapa a nuestro control y a nuestra voluntad. No podemos elegir que se produzca, no podemos forzarlo a ocurrir, escapa a nosotros, como el amor.
Así son los milagros, únicos, caprichosos y tan intensamente definitivos que cuando ocurren, todo cobra sentido, todo encuentra su lugar y nosotros solo podemos dejarnos llevar. Son una manifestación fabulosa, un canto a la perfecta creación.
Abramos los ojos a lo verdaderamente importante y entendamos que todo lo que vale la pena en ésta vida es ajeno a la ciencia y escapa a nuestro control.
(*) Colaboracion especial de Federico.C.Silva Ortiz
1 comentario:
Esto es muy cierto. Genial
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