Es un fenómeno social antiguo, hoy casi exclusivamente argentino por lo que deben distinguirse las pandillas norteamericanas o las maras de Centroamérica, de las que no sé, por cuanto tiempo estaremos libres.
Aquellas están integradas por vagos y marginados, emparentados con la actividad y códigos mafiosos, en donde el grupo les confiere la identidad que les falta, es su familia, su razón de ser y su única actividad, y viven del peaje mafioso y el narcotráfico, por lo que el territorio adquiere una importancia excluyente.
La patota Argentina en cambio se conforma en base al barrio, parentesco, amistad, vecindario o escuela. Pueden trabajar, hacer changas o estudiar, el grupo no reemplaza a la familia, la patota no es su razón de ser, es solo una militancia que les asegura alguna importancia en el medio y hacer aquello que solos no se animan.
Los llamados “barras brava”, que existen en todo el mundo, están ligados por la adhesión a un club de fútbol. O se quedan en lo que son, o de la mano de simples “punteros” con aspiración a dirigentes políticos, ascienden a mercenarios para todo uso.
En todos, el hilo conductor es la rebeldía contra la autoridad y la posibilidad de tener un enemigo contra el que desfogar los ímpetus, para sacar patente de bravo y seducir al hembraje.
Han ingresado con toda fuerza en la realidad cotidiana: ocupan los titulares y no hay quien tenga un micrófono delante que se prive de referirse a ellas, sea periodista, analista, político o funcionario.
En mi concepto y en términos generales es una masa, donde cada uno de los elementos que la componen se despoja de sus características e individualidad para ser simplemente “masa”, que podrá servir para hacer pan, tallarines, galleta o tapas de empanadas; infinidad de usos y aplicaciones.
La perdida de identidad individual es lo que la define, identidad que se resigna en aras de una razón más importante; la impunidad que otorga el anonimato y permite al grupo toda clase de tropelías.
La masa anónima les da peso, decisión y valor a individuos cobardes e intrascendentes; es la ley del número.
Esto no explica su repentina vigencia mediática, la razón a mi entender está en el vacío de autoridad y su utilidad y conveniencia: es el chivo expiatorio ideal para que todos los que tienen el monopolio del poder, le saquen el bulto a la responsabilidad por los desmanes cotidianos, y aquellos que por miedo al informar u opinar tengan a mano un culpable para reemplazar a los que tienen cargos, nombre y apellido, evitando denunciar el estado de anarquía social o la existencia de grupos de asalto al servicio de la tiranía.
Esto permite trasladar la responsabilidad intelectual a los dirigentes del fútbol o las organizaciones sindicales, que por cierto no son carmelitas descalzas, pero se mantienen en su propio territorio, es un código de la calle “que el que mucho abarca poco aprieta”.
Y en esto deben distinguirse los sectores de choque sindicales, hijos de nuestro particular sistema en el que el sindicalismo fue organizado como brazo político de las dictaduras peronistas y cuya razón de ser es el apoyo y soporte al partido de gobierno y no a los intereses de los trabajadores. Siendo la especialidad de la casa, el “apriete” a empresarios y a la los propios afiliados al sindicato para mantener la permanencia de dirigentes, por parte de los gremios organizados y comprados por el poder para doblegar opositores, sean empresas u otros sindicatos.
El mensaje oficial es muy claro, no admite dudas, “existen matones malos y matones buenos” que cada vez son más, el control de la calle y los cada vez más numerosos descontentos, no se consiguen con cuatro improvisados. La exclusividad de Quebaracho, H.I,J.O.S. y D’Elía hoy la comparten con Moyano, los anarquistas de la sanidad y cientos de grupúsculos que están trabajando por una identidad propia. Si esto es grave y todos lo sabemos, personalmente lo veo solo como el argumento para instalar el problema o una falsa contradicción que determine el próximo movimiento para resolverla.
Sin ninguna duda la situación no se puede prolongar, o la resuelven o los voltea. La experiencia nos enseña que los remedios de estos curanderos siempre son peores que la enfermedad.
Su existencia tiene más de medio siglo, no es posible borrarla de un plumazo sin contar que son imprescindibles para la tiranía, que si algo teme es a perder la calle y tampoco está dispuesta a someterse al chantaje de sus propios mercenarios.
Le dejo una envenenada pregunta, ¿No será una solución encuadrar a tanta gente brava, vagos y pibes chorros en una “organizada y contenedora” milicia popular voluntaria, al estilo de los “asimétricos de Chávez”? Se podrá educarlos, alfabetizarlos, convertirlos en personas útiles a la sociedad y darles un uso social a tantos cuarteles vacíos, ¡una verdadera maravilla!
Me siento tentado a preguntar a los amigos venezolanos, cómo llegaron donde están.
Aquellas están integradas por vagos y marginados, emparentados con la actividad y códigos mafiosos, en donde el grupo les confiere la identidad que les falta, es su familia, su razón de ser y su única actividad, y viven del peaje mafioso y el narcotráfico, por lo que el territorio adquiere una importancia excluyente.
La patota Argentina en cambio se conforma en base al barrio, parentesco, amistad, vecindario o escuela. Pueden trabajar, hacer changas o estudiar, el grupo no reemplaza a la familia, la patota no es su razón de ser, es solo una militancia que les asegura alguna importancia en el medio y hacer aquello que solos no se animan.
Los llamados “barras brava”, que existen en todo el mundo, están ligados por la adhesión a un club de fútbol. O se quedan en lo que son, o de la mano de simples “punteros” con aspiración a dirigentes políticos, ascienden a mercenarios para todo uso.
En todos, el hilo conductor es la rebeldía contra la autoridad y la posibilidad de tener un enemigo contra el que desfogar los ímpetus, para sacar patente de bravo y seducir al hembraje.
Han ingresado con toda fuerza en la realidad cotidiana: ocupan los titulares y no hay quien tenga un micrófono delante que se prive de referirse a ellas, sea periodista, analista, político o funcionario.
En mi concepto y en términos generales es una masa, donde cada uno de los elementos que la componen se despoja de sus características e individualidad para ser simplemente “masa”, que podrá servir para hacer pan, tallarines, galleta o tapas de empanadas; infinidad de usos y aplicaciones.
La perdida de identidad individual es lo que la define, identidad que se resigna en aras de una razón más importante; la impunidad que otorga el anonimato y permite al grupo toda clase de tropelías.
La masa anónima les da peso, decisión y valor a individuos cobardes e intrascendentes; es la ley del número.
Esto no explica su repentina vigencia mediática, la razón a mi entender está en el vacío de autoridad y su utilidad y conveniencia: es el chivo expiatorio ideal para que todos los que tienen el monopolio del poder, le saquen el bulto a la responsabilidad por los desmanes cotidianos, y aquellos que por miedo al informar u opinar tengan a mano un culpable para reemplazar a los que tienen cargos, nombre y apellido, evitando denunciar el estado de anarquía social o la existencia de grupos de asalto al servicio de la tiranía.
Esto permite trasladar la responsabilidad intelectual a los dirigentes del fútbol o las organizaciones sindicales, que por cierto no son carmelitas descalzas, pero se mantienen en su propio territorio, es un código de la calle “que el que mucho abarca poco aprieta”.
Y en esto deben distinguirse los sectores de choque sindicales, hijos de nuestro particular sistema en el que el sindicalismo fue organizado como brazo político de las dictaduras peronistas y cuya razón de ser es el apoyo y soporte al partido de gobierno y no a los intereses de los trabajadores. Siendo la especialidad de la casa, el “apriete” a empresarios y a la los propios afiliados al sindicato para mantener la permanencia de dirigentes, por parte de los gremios organizados y comprados por el poder para doblegar opositores, sean empresas u otros sindicatos.
El mensaje oficial es muy claro, no admite dudas, “existen matones malos y matones buenos” que cada vez son más, el control de la calle y los cada vez más numerosos descontentos, no se consiguen con cuatro improvisados. La exclusividad de Quebaracho, H.I,J.O.S. y D’Elía hoy la comparten con Moyano, los anarquistas de la sanidad y cientos de grupúsculos que están trabajando por una identidad propia. Si esto es grave y todos lo sabemos, personalmente lo veo solo como el argumento para instalar el problema o una falsa contradicción que determine el próximo movimiento para resolverla.
Sin ninguna duda la situación no se puede prolongar, o la resuelven o los voltea. La experiencia nos enseña que los remedios de estos curanderos siempre son peores que la enfermedad.
Su existencia tiene más de medio siglo, no es posible borrarla de un plumazo sin contar que son imprescindibles para la tiranía, que si algo teme es a perder la calle y tampoco está dispuesta a someterse al chantaje de sus propios mercenarios.
Le dejo una envenenada pregunta, ¿No será una solución encuadrar a tanta gente brava, vagos y pibes chorros en una “organizada y contenedora” milicia popular voluntaria, al estilo de los “asimétricos de Chávez”? Se podrá educarlos, alfabetizarlos, convertirlos en personas útiles a la sociedad y darles un uso social a tantos cuarteles vacíos, ¡una verdadera maravilla!
Me siento tentado a preguntar a los amigos venezolanos, cómo llegaron donde están.
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