junio 21, 2006

Catalunya ¿y ahora qué?

La prensa de toda España en “representación” de la voluntad de los catalanes ha dado su veredicto: 70% de adhesión al Estatut. Despacito, para que no se escuche es el 70% del 50% de concurrencia, es decir el 35%, Que la participación sea lo habitual en estas consultas no cambia el 35 por 70 y su significado es bien distinto.
Triunfo indiscutible se dice, es tan grosero el malabarismo matemático que no se animan a decir quien ganó porque la realidad es que todos perdieron. Los que se opusieron con una inconsistencia intelectual que asusta y los que motorizaron un proyecto claramente económico, como son hoy todos los supuestos reclamos autonómicos.
Se pulsa descaradamente la cuerda sensiblera de nacionalismos atávicos, y el ancestral resentimiento contra un Estado que en todas las regiones de España, como lo hizo en América, siguió la política de tierra arrasada al servicio de la ambición e incapacidad de sus gobernantes.
Se han trenzado en un absurdo debate acerca de si Cataluña es Nación o no.
Cataluña como Euskadi y Galicia son Nación si o si porque tienen comunidad de origen, de sangre, de tradiciones y de idioma. Las Naciones no existen porque así lo dispongan leyes constituciones o pactos internacionales. De ellos nacen los engendros de Yalta, la fragmentación, hoy marcha atrás de los Balcanes, el inmoral rompecabezas africano de países inviables etc. Las cosas son como son y no como las llama el “babélico” idioma moderno.
Resulta penosamente ridículo ver que gente que presume de ilustrada no entienda que una Nación es un concepto trascendente que excede a la circunstancial temporalidad de una ley o un pronunciamiento electoral, que como hoy dijo “si” mañana dice “no”. Y esto es tan así como que todas las regiones han sido parte de los grandes reinos y Señoríos que conformaron la España actual.
No soy hijo de ésta España, que me duele porque está en el territorio de la mía y que desde hace milenios es mucho más que las Repúblicas, la Falange, la Moncloa y los gobiernos de la ordinaria democracia que privilegia la legalidad circunstancial por sobre la legitimidad perenne.
Las regiones son y existen en la medida que integran la siempre conflictiva unidad de una Hispania que desde sus orígenes no pudo encontrar el equilibrio entre el poder central y el de las partes. Sin poder prescindir de ninguno, cuando faltó el Central se despedazaron entre las partes, que siempre se unieron cuando apareció un común enemigo.
De allí a pretender, sin decirlo en voz alta; manejar las relaciones exteriores, el comercio internacional, sus FFAA, integrarse a la Comunidad Europea y en las Naciones Unidas, hay un abismo. Que por el natural devenir de causas y consecuencias estará bajo los pies con toda naturalidad a la vuelta de la esquina.
Cuando el reino de España comenzó formalmente a constituirse no creó un escudo ni una bandera que lo distinguiese, incorporó cual mosaico, las Armas que representaban todos los Reinos y Señoríos de los pueblos que la constituían, la suma de todos represento esa unidad que se comenzó a llamar Reino de España.
Basta de mentirse españoles; el reparto de cargas impositivas no se puede mezclar con la historia, ni sirve para construir políticas institucionales.
Recuerdo haber escrito hace un tiempo que la mano tiene cinco dedos unos gordos y otros flacos: los hay largos y cortos pero todos son necesarios para que la mano cumpla con eficiencia su función. Quienes tienen o producen mayor riqueza hoy, no lo hacen necesariamente por su propio mérito, influye que están en el lugar y en el momento apropiado. Lo que hoy producen mañana puede no valer nada, ha pasado tantas veces que es increíble que no lo vean.
Resulta sorprendente que hasta los negocios se sometan a elecciones. Mal futuro le veo a la economía, y peor futuro a España si no desempolva de una buena vez ese ancestral genio constructor de universalidades, paradójicamente asentado en el más particular e individualista de los pueblos.



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