Este artículo fue recibido de España por gentileza del señor Manuel Morillo y fue publicado por Religión y Libertad.
Actualizado 12 septiembre 2011
Hoy he desayunado un capuchino y un croissant recordando la liberación de Viena
Los turcos habían asolado ya los Balcanes y toda Hungría. Ahora asediaban la capital imperial del Sacro Imperio Romano Germánico.
Centenares de miles de soldados turcos, al mando del visir Kara Mustafá, pretendian conquistar la ciudad como puerta de la islamización de toda la Europa Central.
El sitio lo inició el gran visir Kara Mustafá, en una campaña contra el emperador Leopoldo I, que estaba ocupado con las amenazas del Borbón Luis XIV de Francia.
Los turcos, avanzando con una fuerza abrumadora, habían reunido al mayor ejército musulmán desde los tiempos de Saladino.
Sitiaron la ciudad el 16 de julio, pero su falta de artillería de asedio y la feroz resistencia de la ciudad permitió a Leopoldo pedir al Papa reunir un ejército.
Y así fue, el Papa llamó a una cruzada, ésta vez para defender una ciudad cristiana, Viena.
A la llamada acudieron todos los países cristianos de Europa (excepto el propio rey borbón de Francia, al que llamaron «el rey Moro»), bien con tropas, o, por su lejanía física para enviar soldados, con aportación monetaria (como hizo España).
Como recuerda Expósito, al amanecer del 12 de septiembre de 1683 el venerable Marcos de Aviano, tras haber celebrado Misa ayudado por el rey de Polonia, bendice al ejército en Kalhenberg, cerca de Viena: 65.000 cristianos se enfrentan en una batalla campal contra 200.000 otomanos.
Están presentes con sus tropas los príncipes del Baden y de Sajonia, los Wittelsbach de Baviera, los señores de Turingia y de Holstein, los polacos y los húngaros, el general italiano conde Enea Silvio Caprara (1631-1701), además del joven príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que recibe su bautismo de fuego.
La batalla dura todo el día y termina con una terrible carga al arma blanca, guiada por Sobieski en persona, que pone en fuga a los otomanos y concede la victoria al ejército cristiano: éste sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de 20.000 del adversario.
El ejército otomano se da a la fuga en desorden, abandonando todo el botín y la artillería tras haber masacrado a centenares de prisioneros y esclavos cristianos.
El rey de Polonia envía al Papa las banderas capturadas acompañándolas con estas palabras: "Veni, vidi, Deus vincit".
Todavía hoy, por decisión del Papa Inocencio XI, el 12 de septiembre está dedicado al Santísimo Nombre de María, en recuerdo y en agradecimiento por la victoria.
Al día siguiente el emperador entra en Viena, alegre y liberada, a la cabeza de los príncipes del Imperio y de las tropas confederadas y asiste al Te Deum en acción de gracias, oficiado en la catedral de San Esteban por el obispo de Viena-Neustadt, luego cardenal, el conde Leopoldo Carlos Kollonic (1631-1707), alma espiritual de la resistencia.
Eje espiritual del campo cristiano fue el beato Marco Marco D´Aviano, que participó activamente en la cruzada anti-turca en calidad de legado pontificio y de misionero apostólico.
Contribuyó de manera decisiva a la liberación de Viena del asedio turco, el 12 de septiembre de 1683. De 1683 a 1689 tomó parte en las campañas militares de defensa y liberación de Buda, el 2 de septiembre de 1686, y de Belgrado, el 6 de septiembre de 1688.
Y favorecía la armonía dentro del ejército imperial, exhortaba a todos a una auténtica conducta cristiana y asistía espiritualmente a los soldados.
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