Resulta ser el mágico objetivo capaz de superar todos los males y al que se llega por el equilibrio de poderes. Se escriben columnas y columnas sobre el tema, es la conclusión obligada de todos los analistas, comentaristas políticos y aquellos que a falta de sentido común exhiben sus títulos de constitucionalistas o profesores universitarios.
Me trae a la memoria las elucubraciones de algunos Romanos después de casi cinco siglos de desaparecida la República, de haber llegado al límite de la degradación política y moral del Imperio, que en vísperas de la firma de su certificado de defunción clamaban por la vuelta a la República perdida y sus instituciones.
Hoy como entonces las mismas voces repiten, “si no se hubiera roto el equilibrio de poderes, no estaríamos dónde estamos, hay que volver a las sanas instituciones de la República.”
Como siempre a lo simple y a lo fácil.
La historia no se detiene ni vuelve atrás, hay una ordenada evolución, que rompen: La Revolución de un lado, los retrógrados de otro y los que pretenden anquilosar y conservar lo que ya fue. No es posible vivir lo mismo dos veces, cada generación trae su sino, avanzar a su manera hacia el rumbo que le marcaron sus mayores en un mundo que ya no es el de ellos y no es posible avanzar de igual manera. Una cosa es el bosque y otra la estepa.
La cuestión se reduce a respetar los límites y mantener el Norte.
Instituciones que fueron excelentes para transitar otras épocas cumplieron su función, este es otro tiempo con otros desafíos y otros problemas. Los envases son descartables, lo que persiste es el contenido.
El mundo en que nacimos ya no es este, solo el Norte es el mismo y la evolución ordenada, esa que nos señala día a día el universo, el mismo sol que sale y se pone y la secuencia ordenada de las estaciones. Hasta el ritmo de las mareas y de las mujeres.
El origen de la caída en Roma no estuvo en las instituciones ni en los equilibrios, fue consecuencia directa de la falta de hombres, del reemplazo de la vocación de servicio por el impúdico hedonismo.
No se trata de cuestionar las instituciones las leyes o los códigos sino de “no dar por el pito, más de lo que el pito vale”.
La República y sus instituciones no son ni buenas ni malas en si mismas, no son más que herramientas del hombre para alcanzar sus objetivos y aspiraciones sociales y personales. Se podrá tener una soberbia caja institucional de reluciente oro macizo incrustada en piedras preciosas y no sirve para nada si dentro de ella no están los mejores.
Se escucha y se lee a quienes reclaman una mayor calidad institucional sostener esa” nueva consigna” que el actual gobierno es democrático porque surgió de elecciones libres, queda claro que a la luz de tan infantiles definiciones el ser democrático no es garantía de nada. Mucho menos en un país con una constitución nacida del “quid pro quo” del pacto de Olivos en que uno se aseguró la reelección a cambio de asegurar la persistencia de la partidocracia y el sueño de castrar el presidencialismo en beneficio de un sistema legislativo al uso europeo. El resultado está a la vista; murió el legislativo, desaparecieron los partidos y el presidencialismo se convirtió en autocracia absoluta. No se puede permitir el ingreso a los laboratorios a los chicos ignorantes e inimputables ni a los reblandecidos mentales.
El agobiante discurso pidiendo una mayor calidad institucional no pasa de ser una propuesta voluntarista de concreción imposible.
¿Quién va a ocupar esas Instituciones cinco estrellas, la panda de sabandijas e incompetentes que hay a la vista, ejerciendo cargos o aprestándose a ser La Opción?
Es una opinión personal de mi particular manera de ver las cosas, si a otro le sirve, hecho. Uno, dos…Es el camino al infinito.
Me trae a la memoria las elucubraciones de algunos Romanos después de casi cinco siglos de desaparecida la República, de haber llegado al límite de la degradación política y moral del Imperio, que en vísperas de la firma de su certificado de defunción clamaban por la vuelta a la República perdida y sus instituciones.
Hoy como entonces las mismas voces repiten, “si no se hubiera roto el equilibrio de poderes, no estaríamos dónde estamos, hay que volver a las sanas instituciones de la República.”
Como siempre a lo simple y a lo fácil.
La historia no se detiene ni vuelve atrás, hay una ordenada evolución, que rompen: La Revolución de un lado, los retrógrados de otro y los que pretenden anquilosar y conservar lo que ya fue. No es posible vivir lo mismo dos veces, cada generación trae su sino, avanzar a su manera hacia el rumbo que le marcaron sus mayores en un mundo que ya no es el de ellos y no es posible avanzar de igual manera. Una cosa es el bosque y otra la estepa.
La cuestión se reduce a respetar los límites y mantener el Norte.
Instituciones que fueron excelentes para transitar otras épocas cumplieron su función, este es otro tiempo con otros desafíos y otros problemas. Los envases son descartables, lo que persiste es el contenido.
El mundo en que nacimos ya no es este, solo el Norte es el mismo y la evolución ordenada, esa que nos señala día a día el universo, el mismo sol que sale y se pone y la secuencia ordenada de las estaciones. Hasta el ritmo de las mareas y de las mujeres.
El origen de la caída en Roma no estuvo en las instituciones ni en los equilibrios, fue consecuencia directa de la falta de hombres, del reemplazo de la vocación de servicio por el impúdico hedonismo.
No se trata de cuestionar las instituciones las leyes o los códigos sino de “no dar por el pito, más de lo que el pito vale”.
La República y sus instituciones no son ni buenas ni malas en si mismas, no son más que herramientas del hombre para alcanzar sus objetivos y aspiraciones sociales y personales. Se podrá tener una soberbia caja institucional de reluciente oro macizo incrustada en piedras preciosas y no sirve para nada si dentro de ella no están los mejores.
Se escucha y se lee a quienes reclaman una mayor calidad institucional sostener esa” nueva consigna” que el actual gobierno es democrático porque surgió de elecciones libres, queda claro que a la luz de tan infantiles definiciones el ser democrático no es garantía de nada. Mucho menos en un país con una constitución nacida del “quid pro quo” del pacto de Olivos en que uno se aseguró la reelección a cambio de asegurar la persistencia de la partidocracia y el sueño de castrar el presidencialismo en beneficio de un sistema legislativo al uso europeo. El resultado está a la vista; murió el legislativo, desaparecieron los partidos y el presidencialismo se convirtió en autocracia absoluta. No se puede permitir el ingreso a los laboratorios a los chicos ignorantes e inimputables ni a los reblandecidos mentales.
El agobiante discurso pidiendo una mayor calidad institucional no pasa de ser una propuesta voluntarista de concreción imposible.
¿Quién va a ocupar esas Instituciones cinco estrellas, la panda de sabandijas e incompetentes que hay a la vista, ejerciendo cargos o aprestándose a ser La Opción?
Es una opinión personal de mi particular manera de ver las cosas, si a otro le sirve, hecho. Uno, dos…Es el camino al infinito.
Recordemos que así como el pescado se pudre por la cabeza los edificios y monumentos se levantan desde los cimientos, a partir de una piedrita. Por favor coloque la suya aquí arriba.
1 comentario:
Felicitaciones, esto no es un artículo sino un tratado.
Es la síntesis de los males no solo de la argentina sino del mundo actual.
Adelante, que muchos gozamos con sus escritos
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