A continuación se reproduce una carta de lectores, publicada en el informadorpúblico.com el 12/9/10; que es una brillante síntesis de la verdad, contra toda la fantasía histórica que propalan radicales y peronistas de todos los colores, que inclusive agraviando a don Hipólito, hoy levantan banderas que nunca tuvo. Vuelven el diario de Irigoyen y los peludos escondidos en sus cuevas, que como sus sucesores los peronistas, son incorregibles demoledores.
Ayer don Hipólito estaba empeñado con procederes propios de la época en cortarle la cabeza al Régimen, tal como nosotros pretendemos hacer con la tiranía usurpadora y hoy sus sucesores nos criminalizan porque son sus aliados en el régimen.
Cada época tiene sus hombres que utilizan los métodos disponibles y aceptados. Fue bueno el degüello o el misericordioso despenar heridos graves y moribundos.
Guitarreros payadores especialistas en eufemismos y neologismos, como aquellas “efectividades conducentes” o con la democracia se come, se cura y se educa, una delicada manera de no decirles hipócritas y falsarios.
Lo primero es el principio, antes de pensar en como demoler el aparato totalitario o reconstruir, hay que pensar en como desintoxicar un cuerpo político y social enfermo después de alimentarse durante casi un siglo con veneno.
¿A qué diseñar y proyectar un nuevo país cuando no hemos podido consolidar el exitoso que teníamos? Prolijando inclusive sus defectos.
REVOLUCIÓN DEL 6 DE SEPTIEMBRE DE 1930
ANTECEDENTES Y CONSECUENCIAS
El seis de septiembre se cumplieron 80 años del golpe cívico militar que derrocó a Irigoyen. Paradójicamente éste había sido el instigador de otros que obraron como fundamentos del que lo sacó de la presidencia. Veamos:
Las revoluciones de 1890 de 1893 y de 1905, si bien fracasaron en el campo táctico, triunfaron en lo ideológico, pues convencieron a una generación de militares que las revoluciones eran el medio adecuado para triunfar en las luchas cívicas, concepto que esa generación fue inculcando en subsiguientes camadas de militares. Esto fue como consecuencia de la propaganda infiltrada en las filas del ejército por Alem, Mitre, Irigoyen y Del Valle que, sembrada en el Colegio Militar allá por 1889, tuvo su primera cosecha en septiembre de ese año, con la presencia de Cadetes en el famoso mitin del jardín florida quienes, junto a estudiantes universitarios allí reunidos, conformaron la Unión Cívica de la Juventud luego devenida en “Unión Cívica Radical”.
En 1905, en la proclama de la revolución de ese año (encabezada por D. Hipólito Irigoyen), podía leerse: “el militar es un ciudadano que tiene el deber de ejercitar el supremo recurso de la protesta armada.” Los Capitanes que se sublevaron ese año en el Colegio Militar, habían sido aquellos que fueron Cadetes en el 89.
En 1923, el Presidente Hipólito Irigoyen envió una ley al Congreso, declarando que la participación en los movimientos de 1890, 1893 y 1905,” constituían un servicio a la Nación y los militares dados de baja, debían ser reincorporados” (Ley Nº 11.268).
No es de extrañar que el General Uriburu, conjurado con Irigoyen en 1890 habiendo sublevado con el grado de Subteniente el 1 de Infantería, haya considerado válido interrumpir un proceso democrático el 06 de Septiembre de 1930 (cuarenta años después) en pos de constituir “un servicio a La Nación” (tal como lo definía el mismo Irigoyen). El entonces Capitán Perón participó en esa y en la siguiente revolución.
Así, “La Protesta Armada” continuó presentándose en diferentes oportunidades con el apoyo de una gran parte de la población civil y sus organizaciones políticas que, en la asonada de marzo del 76, le aportaron a la flamante conducción del proceso 502 intendencias, (310 la UCR y 192 el PJ), y una gran cantidad de embajadores y ministros.
El perdedor de todos estos episodios ha sido la República y de los actores (civiles y militares que los protagonizaron), los únicos que están siendo castigados son los militares. Ellos escucharon el pedido de intervención política de los líderes de la oposición y el clamor de un pueblo que pedía a gritos terminar con el terrorismo armado del ejército revolucionario del pueblo y montoneros.
Los militares no han sido los únicos culpables de las distintas interrupciones de los procesos democráticos. La sociedad, y en particular la sociedad política han sido corresponsables.
No es justo achacarles sólo a ellos todos los males. No es justo presentar en el banquillo de los acusados con criterios y leyes concebidas en la paz a quienes emplearon el instrumento militar en una guerra. Las leyes de la guerra difieren a las de la paz.
No vamos a construir una mejor sociedad si lo único que estamos buscando es expiar nuestras culpas juzgando a militares. Verdaderos chivos expiatorios de una Argentina que teme asumirse en su verdadera y dolorosa dimensión: violenta, con desmemoria selectiva, revanchista, oportunista y anti-ética.
Saquemos enseñanzas del pasado. Procuremos evitar otros males en el futuro producto de las acciones que se están tomando en el presente. Sirva como enseñanza esas decisiones que, adoptadas allá en 1890, gravitaron negativamente en la escena política de la Argentina durante casi un siglo.
Jorge Augusto Cardoso
jcardoso@fibertel.com.ar
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