Otro conflicto que no es tal es el llamado “paro agropecuario”. El campo no puede parar, las plantas siguen creciendo, a las vacas hay que ordeñarlas, la hacienda sigue comiendo etc.
Un grosero error de estrategia presionado por el real descontento de miles de pequeños productores, de una dirigencia rural desubicada que sigue marchando a la retaguardia de su propia tropa. El conflicto no es de hoy, se viene arrastrando de lejos.
Que no esté en la naturaleza del hombre de campo confrontar, es un hecho; que tampoco esté el dejarse arrear y atropellar es otro, tan cierto como el primero. Es la dirigencia la que debe encontrar la forma de poner los límites; de no hacerlo con máxima energía, el vacío de autoridad lo ocuparán otros.
Que los reclamos son justos solo admite argumento en contrario distorsionando la verdad, que es precisamente lo que el gobierno ha hecho, e insólitamente ha quedado sin adecuada respuesta.
Oficialmente y por todos los medios se ha instalado el argumento de las extraordinarias ganancias del sector a causa de la coyuntura, del comercio exterior y el tipo de cambio, “pretenden dolarizar la producción y dejar sin carne ni granos a la población”.
Con absoluta mala fe se identifica al productor agropecuario con “la oligarquía vacuna”.
En nuestro país, salvo los que llevan activado el “chip” del socialismo progresista, nadie ignora que a partir de los años 50 el proceso de subdivisión de los campos, por razones hereditarias y la transformación de propiedades individuales o familiares en sociedades comerciales a seguido un curso meteórico, agravado en las décadas siguientes por la adquisición de las mejores tierras por inversores, argentinos y extranjeros, lo que reemplazó al hombre de campo, auténtico productor, por un simple comerciante en busca de rentabilidad y utilidades a cualquier precio.
Para el auténtico productor, la tierra y la hacienda son una extensión de su persona, para el empresario o comerciante es sólo una máquina-herramienta que se la explota hasta que reviente.
Estos son, junto a todos los intermediarios, los que han hecho ganancias siderales a costa de monocultivos de soja y achicar los rodeos.
Las han hecho y las siguen haciendo con paro y todo, son los únicos beneficiarios de las imprevisibles medidas económicas; si la carne no da buenas ganancias, se liquida la hacienda y se siembra. Una verdadera canallada para cualquier auténtico productor agropecuario.
Paralelamente a esta reconversión de la explotación y tenencia de la tierra, surgieron miles de pequeños productores que precisamente por su limitada producción no están en condiciones de soportar el estado de crisis permanente del sector.
Es tragicómico que en el granero del mundo, prácticamente desaparecidas aquellas mitológicas 20 familias dueñas de toda la tierra, aparezca “un rey de la soja” vaya a saber salido de dónde. La tierra urbana o rural es en Argentina la gran tintorería para lavar los capitales del narcotráfico. Son los intocables, los amigos y socios del gobierno, junto con los “empresarios de la carne” la contracara del productor, los responsables directos de los precios en el mostrador.
Se amenaza con impedir (reprimir) a quienes bloquen rutas, al tiempo que se niegan a liberar rutas y puentes internacionales que mantienen un ridículo y patriotero enfrentamiento con Uruguay, el principal beneficiario del cierre de las exportaciones argentinas. Coherencia oficial, política agropecuaria le llaman.
Quien continúe repitiendo las mentiras oficiales, sepa que se hace cómplice y que en menos que cante un gallo habrá hambre y ese día va a ser tarde.
Un grosero error de estrategia presionado por el real descontento de miles de pequeños productores, de una dirigencia rural desubicada que sigue marchando a la retaguardia de su propia tropa. El conflicto no es de hoy, se viene arrastrando de lejos.
Que no esté en la naturaleza del hombre de campo confrontar, es un hecho; que tampoco esté el dejarse arrear y atropellar es otro, tan cierto como el primero. Es la dirigencia la que debe encontrar la forma de poner los límites; de no hacerlo con máxima energía, el vacío de autoridad lo ocuparán otros.
Que los reclamos son justos solo admite argumento en contrario distorsionando la verdad, que es precisamente lo que el gobierno ha hecho, e insólitamente ha quedado sin adecuada respuesta.
Oficialmente y por todos los medios se ha instalado el argumento de las extraordinarias ganancias del sector a causa de la coyuntura, del comercio exterior y el tipo de cambio, “pretenden dolarizar la producción y dejar sin carne ni granos a la población”.
Con absoluta mala fe se identifica al productor agropecuario con “la oligarquía vacuna”.
En nuestro país, salvo los que llevan activado el “chip” del socialismo progresista, nadie ignora que a partir de los años 50 el proceso de subdivisión de los campos, por razones hereditarias y la transformación de propiedades individuales o familiares en sociedades comerciales a seguido un curso meteórico, agravado en las décadas siguientes por la adquisición de las mejores tierras por inversores, argentinos y extranjeros, lo que reemplazó al hombre de campo, auténtico productor, por un simple comerciante en busca de rentabilidad y utilidades a cualquier precio.
Para el auténtico productor, la tierra y la hacienda son una extensión de su persona, para el empresario o comerciante es sólo una máquina-herramienta que se la explota hasta que reviente.
Estos son, junto a todos los intermediarios, los que han hecho ganancias siderales a costa de monocultivos de soja y achicar los rodeos.
Las han hecho y las siguen haciendo con paro y todo, son los únicos beneficiarios de las imprevisibles medidas económicas; si la carne no da buenas ganancias, se liquida la hacienda y se siembra. Una verdadera canallada para cualquier auténtico productor agropecuario.
Paralelamente a esta reconversión de la explotación y tenencia de la tierra, surgieron miles de pequeños productores que precisamente por su limitada producción no están en condiciones de soportar el estado de crisis permanente del sector.
Es tragicómico que en el granero del mundo, prácticamente desaparecidas aquellas mitológicas 20 familias dueñas de toda la tierra, aparezca “un rey de la soja” vaya a saber salido de dónde. La tierra urbana o rural es en Argentina la gran tintorería para lavar los capitales del narcotráfico. Son los intocables, los amigos y socios del gobierno, junto con los “empresarios de la carne” la contracara del productor, los responsables directos de los precios en el mostrador.
Se amenaza con impedir (reprimir) a quienes bloquen rutas, al tiempo que se niegan a liberar rutas y puentes internacionales que mantienen un ridículo y patriotero enfrentamiento con Uruguay, el principal beneficiario del cierre de las exportaciones argentinas. Coherencia oficial, política agropecuaria le llaman.
Quien continúe repitiendo las mentiras oficiales, sepa que se hace cómplice y que en menos que cante un gallo habrá hambre y ese día va a ser tarde.
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