noviembre 02, 2010

ORFEO, UN MITO PARA REFLEXIONAR





Este artículo es producto de dos curiosas casualidades, una idea que daba vueltas y una lectura que le dio forma y la disparó. ¿Será otra de las tantas flechas con ideas que me dispara mi amigo Atila cada tanto?

Dejemos la introducción y entremos en materia con un rápido preámbulo. El mito es griego en sus cientos de versiones, ya se conoce la fantástica imaginación de los helenos.
La historia en la que se injerta es real, No se ha podido ubicar con precisión el lugar que se estima en la margen izquierda del Marne en los campos que rodean a Chàlons, ni cuantos lucharon. Los lugareños afirman desde aquel entonces que por semanas continuaron combatiendo los muertos y regando con su sangre los campos de Chàlons en Champagne.
Quizás tan excelso adobo dio como fruto siglos después el maravilloso espumante. El valor y la sangre de los bravos de ayer, procesados por la noble vid, hoy alegran nuestro espíritu.
Es para pensársela. Y tener un recuerdo en homenaje a ellos, elevando la copa a lo alto con una invocación cada vez que se llena una copa con el rubio caldo de Francia.

Anochecer del 19 de Junio del 451, estamos en el campamento de Arelate (Arlés) en la Galia, donde se concentran las legiones llegadas de todo el imperio para la que será llamada la Batalla de las Naciones. Flavio Aecio, Magíster Milites, comandante supremo de los ejércitos del Imperio de Occidente se apresta a enfrentar a la marea de Hunos, alamanes y tribus aliadas; un millón de hombres que en esos momentos han terminado el cruce del Rhin con solo trescientos mil legionarios venidos de oriente, el norte de África, hispania lusitania y britannia y doscientos mil visigodos de Teodorico, que todavía nadie ha visto. Curiosamente si había ausentes eran salvo contadas excepciones los latinos y romanos.

El general que de joven fue intercambiado con Atila como rehén, convivió con él y se formaron juntos en Ravena y la capital nómada de los hunos; pasa la última noche en su casa.
Su pequeño hijo le pide un cuento antes de acostarse, Flavio acuciado por mil problemas graves, está poco dispuesto; finalmente cede ante la mirada de su mujer, pensando que puede ser su última noche. ¿Qué cuento quieres? Un mito griego le responde el hijo. Se hace la luz en su cabeza y le dice: Te contaré el de Orfeo
-¿Era un guerrero padre?
–No hijo era un músico. El pequeño desilusionado comentó con desgano, si no combatía y no vencía ¿Qué clase de historia es esa?
–Espera a escucharla, Orfeo siendo solo un hombre venció al Dios del Reino de los muertos, una victoria que nadie obtuvo.
Orfeo era un pastor y mientras cuidaba sus cabras tocaba la lira y cantaba, a su paso se detenían los arroyos, lo rodeaban los árboles para escucharlo y bailaban las piedras. Cierto día su mujer Eurídice a la que amaba más que a su vida, imprevistamente murió picada por una víbora y fue enterrada por otros pobres pastores que no tenían ni una moneda que ponerle en la boca para que el barquero la cruzara. Desesperado por la falta de su compañera imaginándola un alma en pena condenada a vagar por cien años, decidió ir a buscarla y rescatarla del mundo de los muertos.
Llevando solo su lira caminó hasta encontrar la caverna de entrada al inframundo. Penetró en la oscuridad absoluta, sintiendo solo el chirrido de los murciélagos y los lamentos de las almas en pena por no haber podido pagar a Caronte el viaje.
–Detente y vete Orfeo, arriesgas tu vida por nada. Sal ya mismo antes que te descubran las Furias el Can Cerbero o Plutón.
Cansado de estos mensajes, Orfeo arranco purísimos sonidos de la lira y comenzó a cantar, al instante se hizo silencio aparecieron las Furias bailando y el Can Cerbero de tres cabezas moviendo la cola.
Un día entero y su noche toco y cantó hasta que desde el fondo se escucho la fuerte voz de Plutón, el Dios del reino de los muertos.
Está bien Orfeo has ganado, te concedo la vida de Eurídice en homenaje a tu excelsa música y canto, pero has de cumplir una condición, no puedes mirarla hasta que ella este afuera iluminada por el sol.
Tomó la mano de su mujer y llevándola a la rastra corriendo busco la salida; finalmente dio el último paso y quedó a plena luz; sin poder controlarse giró no reparando que Eurídice estaba aún en las sombras y al mirarla esta murió.
Cuentan los antiguos que esta historia lleva una enseñanza, cuando se asciende en busca de la luz y la verdad solo se debe mirar al frente, dejando atrás nostalgias, amigos perdidos, recuerdos y pasado. Atrás queda lo ya vivido, la oscuridad y la muerte, si el pasado ya no esta presente es porque cumplió su ciclo o solo sirvió para un momento; delante están la luz y la vida.
Mirando a su hijo dormido a su lado, Aecio comprendió el sentido actual del mito como si Orfeo se lo susurrase al oído.
Me crié entre hunos, los admire y fui feliz viviendo libre entre ellos, casi hasta despreciar la hipocresía romana, solo la palabra bastaba; hoy los tengo en frente para detenerlos usando todos las habilidades que me enseñaron, pero soy romano, esa es mi verdad.
El hombre no puede vivir en dos mundos al mismo tiempo o muere y queda en el camino o continúa vivo caminando hacia delante.
Flavio Aecio, el último romano, beso a su hijo, a su mujer y con la mirada firme al frente fue a cumplir su obligación sin vacilaciones.
Es para pensar este sayo hecho a medida de conservadores de petrificados, momias y muertos o constructores de falsos mitos y leyendas. La vida es cambio y evolución, dentro de las leyes de la creación, algo muy distinto de la revolución.
Bien sabía Plutón la extrema dificultad de la condición que le imponía a un simple humano, es justo si se considera que el Dios concedía una gracia que nadie había obtenido.

Cfr. Michael Curtis Ford; La Espada de Atila, ed. Sudamericana, Grijalbo, 2007.-

2 comentarios:

Federico dijo...

Espectacular!

Anónimo dijo...

Adhiero a Federico, es para leer varias veces y como usted dice sacarle todo el jugo
Me asombra su capacidad para pasar de un guerrero furioso a casi un poeta. María Dolores