marzo 27, 2006

Memoria de España

A veces por comodidad se dice “es cosa del pasado, eso ya fue” Suele ser el primer paso para distraerse y mirar para otro lado. Casi ni falta hace decirlo, todos lo vemos o lo hemos visto, la historia siempre se repite y por ello se acuñó aquello de: “ los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
No hay nada más prudente y más difícil que aprender en la cabeza de otro, pareciera que nos fascina el querer la propia experiencia, a veces es bueno, otras muy peligroso, sobre todo cuando se sabe el final y las consecuencias.
Hasta sorprende ese querer probar todo en carne propia y cuando aparece un problema dejar la solución en manos de un cualquiera.
Las “sangrientas dictaduras” como se las llama no aparecen por generación espontánea, unos las provocan, otros las llaman. Los más se callan y dejan hacer, total después habrá tiempo para quejarse si no me acomodó lo que hicieron. Lo importante parece, es hacer la de Poncio Pilatos, que se equivoque otro.
Por allá parecen que tienen otras fieras carniceras recicladas en “demócratas”. En estos días gracias a los que quieren memoria, tenemos muy a flor de piel tantas canalladas y honestamente no hay diferencia entre las hienas argentinas y los chacales de España. Como parece oportuno recordar a los que miran con un cristal para adentro y otro para fuera, adjunto un documento para empardar la balanza. No somos ejemplo para imitar, pero si para ver lo que no se debe hacer.
¡¡¡EH ESPAÑA!!!. ACA ESTAMOS, AL PONIENTE, EN LA PARTE DE ABAJO DEL MAPA.
Asimetrías hispano argentinas
Por Carlos Rodriguez Brawn

A los españoles nos indigna la comprensión que fuera de nuestro país suscita la banda ETA, rodeada en ocasiones de romántica simpatía guerrillera en tanto que «movimiento independentista» u «organizaciones armada» que informan nuestros periódicos más respetables sobre la Argentina, no titubean en llamar a Montoneros «organización armada» o incluso «movimiento que formaba parte de la resistencia armada contra la dictadura argentina».
Esta asombrosa asimetría no resiste el menor análisis.
Los Montoneros y otros terroristas de izquierdas fueron responsables de miles de asesinatos en la dictadura anterior a 1973, en la posterior a 1976, y también en el período democrático intermedio. Exactamente igual que ETA, hicieron caso omiso de la restauración democrática, con lo que difícilmente puedan ser caracterizados como de «resistencia» ante nada sino como autores directos de brutalidades sin cuento ni justificación.
Pero de esto no se habla, y es una actitud entre paternalista y racista, de quienes estiman magnífico que unos sujetos con pistola y pasamontañas se echen al monte en México o Bolivia, pero desde luego les parece pésimo cuando lo hacen en Bilbao.
Los de la ETA son unos desalmados, claro, pero el Ché Guevara fue un abnegado mártir que sólo quiso lo mejor para los pueblos de África y América Latina donde extendió la violencia totalitaria.
Un escritor y periodista argentino redacta en un diario madrileño una extensa serie sobre su país, donde tiene tiempo de hablar hasta del Rey de la Patagonia, pero no de censurar la violencia de los terroristas, e incluso se refiere con simpatía a una de sus representantes. Nadie se queja. Si escribiera comprensivamente sobre una asesina etarra no lo dejaríamos pasar, eso sí que no. Pero como es una argentina, lo aceptamos.
Proliferan unos grupos llamados de defensa de los «derechos humanos», que se caracterizan por condenar a las dictaduras de modo asimétrico: quieren juzgar a Videla, pero vitorean en cambio los «logros» de la revolución cubana. Nadie se atreve a denunciarlos como lo que son, una pura engañifa, porque simplemente no se sostiene que alguien despotrique contra unos crímenes pero no contra otros, y todo en nombre de los «derechos humanos».
Está claro que esos grupos, de amplia y generosa cobertura en la prensa española, no defienden los derechos humanos, sino otra cosa, y poco sosiego promueve el predicamento del que gozan por parte de algunos de nuestros jueces; por cierto, ahora quieren éstos investigar a los Montoneros, pero por actos posteriores a 1976, cuando su letal actividad entró en declive, y relacionados con los subordinados de la organización, no con sus numerosos crímenes precedentes.
Esta visión anómala enlaza con la distorsión de creer que los golpes militares sudamericanos se produjeron porque sí, por pura perversión capitalista e imperialista, sin que hubiera fenómenos como el terrorismo o la desestabilización asociados a la Guerra Fría.
Es, así, normal leer que Pinochet «sepultó la democracia en Chile», como si el desastroso gobierno de Allende no hubiese existido, y como si el propio Parlamento chileno no hubiese requerido a los militares en 1973 que pusieran coto a los desmanes de la Unidad Popular.
Diré algo a continuación sobre la democracia en la Argentina, pero cabe apuntar que esta asimetría la padecemos aquí, cuando la izquierda agita la patraña que identifica al PP y el franquismo, y vuelve con el invento según el cual aquí también hubo un solo malo, Franco, que «se alzó contra la democracia», como si la izquierda careciese de responsabilidades en esos oscuros años de nuestra historia (véase «La memoria histérica», Expansión, 30 junio 2003).
Un caso interesante de ponderación selectiva del pasado tiene que ver con crímenes cometidos en la Argentina bajo la democracia, y no sólo los ya mencionados del terrorismo de izquierdas. Fuerzas policiales y parapoliciales provocaron un millar de desaparecidos entre 1973 y 1976. Los diputados y senadores peronistas que acaban de aprobar la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida no mencionaron esos tiempos de la Triple A y otras muestras de represión en una democracia en parte gobernada por una señora tan peronista que era la mujer de Perón. Doña Isabel está viva, libre, nadie la importuna ni mucho menos procesa, y eso que reside a tiro de auto del juez Garzón en Madrid.
Carlos Floria y Rafael Braun resumieron la desigualdad hace poco en La Nación de Buenos Aires:
«Los numerosos hechos de violencia ocurridos a lo largo de los gobiernos constitucionales de 1973-76 quedaron sin sanción. Las reclamaciones y protestas por la injusticia y la impunidad suelen dejar fuera el período de fines de los 60 hasta 1976, llamativamente ausente de los análisis y denuncias contra el pasado represor y violento».
Notable asimetría hispanoargentina es el entusiasmo en España para que se juzgue ¡a otros!
Este bendito país transitó a la democracia sólo tras la conveniente muerte natural del dictador, y merced a una amnistía por la cual aquí no se juzgó absolutamente a nadie.
Eso era lo correcto, lo europeo, lo avanzado, lo progresista, lo democrático y lo tolerante, considerando la importancia de la paz social y de evitar la recombustión de antiguas confrontaciones.
Estupendo. Acto seguido, prohibimos a los argentinos que nos imitaran: ya se sabe, ellos no son europeos, ni avanzados, ni necesitan tolerantes cuidados para conservar la paz social.
Esta asimetría es ignorada por muchos que celebran «el fin de la amnistía en Argentina», pero que se escandalizarían si se aplicara ese razonamiento a España, cuando es nítido que la Argentina emprendió una delicadísima transición a la democracia tras la catástrofe de las Malvinas, con una economía ruinosa, y con unos dictadores vivos, a los que, para colmo, juzgó -insuficientemente, se dirá, pero juzgó (exploro con más detalle varios de estos aspectos en: «Otra versión de la Argentina: grandes éxitos y no tan grandes fracasos», Revista de Occidente, octubre 2002).
Un abogado «progresista» aseguró que está bien juzgar salvajadas de los años setenta en la Argentina, pero no juzgar salvajadas en la España de los años treinta y cuarenta, curiosa teoría en boca de quienes machacan con eso de que los crímenes contra la humanidad no prescriben.
Un diario madrileño editorializó muy serio que para «reconciliar a todo un pueblo con su memoria y restablecer la dignidad colectiva» hay que sentar en el banquillo a 2.000 militares argentinos.
El mismo diario habría puesto el grito en el cielo si en los setenta la derecha o la izquierda hubiesen aspirado a basar nuestra transición en análoga «reconciliación»: en esos años esa misma palabra fue muy utilizada para significar lo contrario, es decir, el perdón mutuo.
Pero eso era para nosotros, un país adelantado, que queríamos dejar atrás civilizadamente el pasado.
A los argentinos les demandamos otra cosa, les jaleamos con consignas como «no a la impunidad» y les exigimos que hagan lo que nosotros no hicimos.
Con esta hipocresía, además, damos aires a grupos siniestros que tienen mucho que responder sobre los desastres de su país.
Un periodista argentino, que fue dirigente de los Montoneros se felicitó por ”los vientos de verdad y de justicia” que corren por su país y por América Latina. Corren vientos, sí, pero no de eso.

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