Se llama Luis Inacio Lula Da Silva, como podría llamarse Kirchner, Chávez, Castro o Rodríguez Zapatero, mercaderes social progresistas cortados por la misma tijera.
Constructores de castillos de naipes que no pueden resistir un viento, una sequía o un chaparrón tropical.
No hablemos de crisis por errores políticos, corrupción o razones económicas; lo normal, la naturaleza de siempre, que nos sirve de casa desde hace milenios. Lo que con primitivos recursos aprendieron a controlar Neandertales, Cromagnones, Noé o las antiquísimas primeras dinastías de Egipto.
No es función de los estados hacerles casas a los que no la tienen, pero si asegurarles que no las violen los bandidos; su función es darles trabajo y medios para que las hagan y su obligación es impedir que las construyan donde no se debe o que las ocupen invasores.
La imagen que encabeza el artículo es sobradamente ilustrativa. Llámele favelas o villas miseria, multiplicadas por los progresistas que eligieron, solo les falta una lluvia, un rayo y un incendio o un derrumbe para hacer un desastre.
Su única actividad son los negocios personales y vender espejitos de colores.
¡Qué son más de mil muertos en Rio de Janeiro hasta ahora! sino un garantía del cumplimiento de las promesas de su sucesora Dilma Roussef: Terminar con los pobres. No dijo cómo, concedámosle el crédito que le dimos a Cristina Kirchner.
1 comentario:
Muy cierta observación la del autor. Poco es posible agregar a la perversión política, social y cultural que resulta facilitadora de las tragedias para los ingenuos pueblos y malintencionados dirigentes.
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