Armadas y ejércitos desde siempre se atuvieron a principios estrictos; cadena de mandos y rígida disciplina. Las llamadas FARC perdieron el libreto o nunca lo tuvieron y puestas a jugar a los soldaditos en serio desnudan sus falencias. Disponer sofisticados juguetitos bélicos no hace a un ejército, teniendo divisas fuertes cualquiera los compra en el kiosco de la esquina. Sobra la oferta.
Dirigidas por ideólogos delirantes y comisarios políticos, están terminadas. Solo les queda el negocio de la droga, la extorsión y el chantaje político que es el fuerte de sus dirigentes. Pueden secuestrar, asesinar o poner bombas, no pasan de operaciones propias de cualquier mafia urbana como el chantaje, el cobro de protección o mantener sometida a la población por el miedo. Se ha fabricado un fabuloso mito de un poder armado con capacidad combatiente y un control territorial que no existe.
Su verdadera presencia está en las ciudades, en organismos internacionales y la prensa, financiado por el poder del dinero del narcotráfico y el de los canallas mimetizados de humanitarios e idiotas útiles.
Instalar un campamento sin establecer perímetros de guardia, tener limitados los desplazamientos en el territorio que dicen controlar o recurrir a “santuarios” extranjeros desnuda el hecho que no existe lo que se pretende pintar.
A no dudarlo comenzará la pelea interna entre los empresarios de la droga, financistas de la operación a cambio de una protección territorial, que la llamada “ala militar o combatiente” no puede dar.
Los rehenes, cautivos o como se los llame son la última defensa para detener una ofensiva que los barra definitivamente.
Mantener prisioneros es la peor carga para un ejército, vigilancia, alimentación y desplazamiento, una tremenda logística no operativa. Esa es la razón de liberar cómplices, enfermos y perejiles.
Es un libro ya leído, quiera Dios que no tenga el mismo trágico final que en argentina, por la torpeza de unos pocos y la complicidad de muchos.
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