abril 28, 2015

HAY DOS MANERAS DE VER

Según el cristal o el angulo con que se mire, en este caso y en todos Una es viendo cucarachas al estilo del diario ingles The Sun : Katie Kopkins tiene razón.
 La columnista de 'The Sun' que calificó de cucarachas a los inmigrantes y clamó por el envío inmediato de buques de guerra para detener la avalancha de pobres no formulaba un deseo. Tampoco, aunque ella no lo supiera, escupía su profunda estupidez sobre un papel (esto último, la verdad, es revisable). En realidad, la líder de opinión y xenófoba confesa describía simplemente una situación.
 Cuando nos negamos, como estamos haciendo ahora, a compartir nuestros privilegios con nadie que no sea nuestro hijo, nuestro padre, nuestro compatriota, nuestro equipo de fútbol o nuestro abanderado; cuando colocamos una barrera entre los que tenemos y los que carecen, estamos tatuando, aunque nos neguemos a admitirlo, un bonito "cucarachas" sobre la frente de todos aquellos que o se ahogan o se mueren de hambre o están expuestos a cualquier infección mortal para ellos, leve para nosotros. El problema no es lo humanitaria que pueda ser la ayuda ni lo amables que sean los policías en la distribución de hostias ni si las cuchillas que separan Europa de África deban de estar más o menos afiladas. Todas esas discusiones de viejas rancias, progresistas con colesterol o ministros de Interior provida encubren en realidad lo evidente: no los queremos cerca. Nos molestan tanto como nos incomoda reconocer que nos molestan. Y, por eso, inventamos bonitas excusas disfrazadas de foros internacionales, ONGs, Comercio Justo o misiones franciscanas. "Tenemos que ir a la raíz del problema", dicen solemnemente unos con el carné del Spa recién renovado. "No podemos comportarnos como salvajes», dicen otros incapaces de añadir a la frase la coletilla en la que están pensando: «Con los salvajes". Nuestro mundo (el primero, el que come) ha llegado a un punto crítico de hipocresía y necesita demostrarse a sí mismo que su narcisismo crónico o salvajismo normativizado en leyes de extranjería es lo mejor para todos: incluidos los que nos sufren. Hemos acabado por copiar la actitud de los maltratadores que prefieren forzar hasta el salvajismo la situación en casa para sentirse víctimas de abandono antes que culpables de su más evidente brutalidad. Y lo que vale para los comportamientos domésticos sirve para todo lo demás. Tenemos fronteras, pero no es porque consideremos a los pobres cucarachas como dice Kopkins. No, es por su bien, es porque no podemos permitir que las mafias de traficantes de pateras se enriquezcan o, porque, de nuevo, estamos "analizando las raíces del problema". Hemos decidido vivir en un mundo en el que la posibilidad de llevar una existencia llevadera depende exclusivamente del lugar de nacimiento. Si naces en Sierra Leona con una esperanza de vida de 46 años, mal. Si en Suecia, con un índice de pobreza de 6,5, bien. Y en este mundo, nos indignemos con la energía tuitera que queramos, ha molestado tanto Katie Kopkins con su rebuznante y pedestre falta de escrúpulos porque no ha hecho otra cosa que verbalizar lo que somos: peores que ellos, peores que cucarachas. http://www.elmundo.es/opinion/2015/04/25/553bd5d4ca4741db538b4587.html Le retrucarán: para eso está la let y la fuerza sel estado; cuando la caridad o misericordia es impuesta y obligada no es virtud ni mérito, de llama extorsión Cambiemos de lente y de ángulo el mare nostrum está lejos, desde acá no se ve claro ni se huele; esta vez no son libios o subsaharianos, son bolivianos y peruanos tampoco traen verdes para gastar en su negocio buscan ocupar sus espacios y consumir los servicios por los que usted paga y no tiene. . Esta historia tiene milenios y siempre le falto el justo medio no espere que se lo revele solo invito a pensar. A poco que rasque encontrará buenos argumentos para justificar a unos y a otros y si los dos tienen razón, pues a matarse. Casualmente simultáneamente he recibido desde Europa un mail del Padre Diego Fares S.J. Hoy quiero rezar contemplando a las ovejitas que se hundieron en el Mar Mediterráneo el domingo pasado. Se murieron sin poder para recuperar su vida. Y esta impotencia llama a Jesús. “Buscaban una vida mejor”, dijo el Papa conmovido durante el rezo del Regina Coeli. Y lo que más nos conmovió, “eran personas como nosotros”. Eso dijo: “Eran personas como nosotros, hermanos nuestros que buscaban una vida mejor, hambrientos, perseguidos, lastimados, utilizados, víctimas de guerras, que buscaban una vida mejor… Buscaban la felicidad…”. Quería ver los rostros, los barcos, lo que pasó. Pero no es que haya tanto. En comparación con otras imágenes estas vienen mezquinadas. Así que comencé a imaginar: Los mercenarios meten cientos de personas de más en esas barcazas y las abandonan a su suerte. No son sus pastores, para nada. No les interesan las ovejas. Decía un superviviente que en la espera eran entre 1000 y 1200 Y que los guardias les daban bastonazos al que no obedecía. Vienen de muchos países: Mali, Bangladesh, Eritrea, Somalia, Senegal, Sierra Leona, Costa de Marfil y Gambia. Esperan meses para embarcarse. Varios de los jóvenes dicen que es preferible morir a quedarse en sus tierras, en la situación en que vivían. Se ve que es gente que ha ahorrado mucho tiempo para conseguir esas sumas y viaja con una esperanza. Tampoco les interesan mucho a los gobiernos, que planean bombardear las barcazas con drones, ni a mucha gente que siente que son invasores, peligrosos, de otra religión, de otra raza... Pero cuando uno se detiene un poco en algunas historias y mira un rato las fotos y lee testimonios, comienza a sentir que es verdad que son personas como nosotros: con sus familiares, con sus pocas cositas que lograron llevar, con sus sueños en esa bodega del barco, todos amontonados, como en las épocas de los esclavos –habían cerrado las puertas de la bodega para que no pasara lo que pasó, que todos se van arriba y se amontonan de un mismo lado y el barco se vuelca-, sin saber qué pasa afuera, sintiendo que en pocos minutos el agua les subió por los pies y que se van a pique y se ahogan amontonados, apenas con tiempo para rezar y para abrazarse y patalear y gritar… Y para ellos, ya está. Ya pasó. Pero para nosotros no. Son las ovejitas de ese otro redil, que Jesús dice que también son suyas y que también a ellas las tiene que conducir y que escucharán su voz. A otros no les interesan mucho. A nosotros sí, porque “son ovejas como nosotros”. Somos todos ovejas de ese único rebaño que sueña Jesús, por el que dio la vida. Si lo queremos a él, si le estamos agradecidos de que de la vida por nosotros, si comulgamos, esas ovejitas también nos interesan. Aquí encontré una foto de cómo son las barcazas. Uno se imagina muchísima gente, pero el barco tenía sólo 20 metros de largo. 20 metros en los que se amontonan todos, cada uno en un lugarcito, las mamás cuidando que no les pisen a los chicos. Busqué una foto y los barcos son así, como este. Si uno trata de contar, los visibles son más de 170, aunque no parezca. Los otros están adentro. Los que no podían pagar más iban al tercer nivel! Así estaba el barco esa noche, cuando se acercó la lancha para salvarlos y los iluminó con sus faros. Ahí fue que la gente se fue toda para un lado… No sabremos nunca si iban 700 personas, 800 o 900. Pero podemos imaginar, porque dicen que iban como 200 mujeres y entre 40 y 50 niños y niñas. Los demás eran hombres, en su mayoría jóvenes. No se sabe. Nadie las cuenta. Se ve que a último momento hacen subir a más, que con dinero en mano piden un lugar. Dicen que algunos pagaron 1.000 dólares y otros hasta 7.000. Allí se ve por qué meten más gente. Alguno muestra una suma muy grande y otro lo deja pasar. Leyendo los testimonios de Omar, de Abdirizzak y de Nasir, tres supervivientes, me imaginé que eran como los tres jóvenes que están allí. No el de blanco a la izquierda, que es el Capitán, que se mezcló con los pasajeros y se salvó. Dicen que bebía y fumaba hachís y que cuando se aproximó el carguero, dejó el timón para que no vieran que era el capitán. Ahí chocaron los barcos y luego la gente se amontonó e hizo que volcara. Omar cuenta que “partieron de Gebilay y de Borama, al noroeste de Somalía, el año pasado. Eran treinta y cinco. Atravesaron Etiopía y luego Sudan y Libia para llegar al puerto de Trípoli. Allí los arrestaron y los tuvieron en la cárcel por meses. Estaba con su hermana Sarah per “la perdí. Zarpó en otra nave y no sé cómo le habrá ido. Abdirizzak cuenta que fue “un viaje fatigosísimo”. Semanas de sacudidas por las pistas de las caravanas del Sahara. El hambre. La sed. El Sol a pico. Las noches gélidas. La arena en las orejas y en la nariz. Abdirizzak está flaco como un clavo y tienen ojos enormes. Dice que gastó 2000 dólares para llegar atravesando el Mediterráneo. “Tengo un primo en Noruega. Mi sueño es ir allá”. Cuentan que el pesquero estaba sobrecargado. Cuántos pasajeros? “Y…”. Hacen un gesto con la mano como diciendo “tantísimos, andá a saber”. Mujeres, niños. La vieja embarcación tenía tres pisos: “A los que pagaron menos plata los amontonaron abajo y los encerraron dentro. Nosotros terminamos en el nivel del medio. Arriba estaban los que habían pagado más. Partimos a las seis. En cierto momento, en la oscuridad, sintieron un golpe y el mundo entero se vino abajo. “Gritaban todos. Empujaban. Vómitos. Puñetazos. Miedo. De abajo, los que estaban encerrados dentro, gritaban Help! Help! No sé como logramos salir afuera apenas a tiempo, mientras el pesquero se iba abajo. Nazir cuento su historia con un hilito de voz. Vivía con su mamá, un hermano y dos hermanas en Kuliarchar, cerca del río Ghurautra, a dos horas de auto de Dacca. Vida dura. Mucho. En cierto momento en la familia no vieron alternativa. Juntaron el dinero para el avión confiando al jovencito de 17 años la misión de hacer fortuna. “Partí para Trípoli hace dos años, el 16 de mayo del 2013. Por un tiempo no me fue mal. Trabajaba como mecánico en Garian, una ciudad en el desierto a hora y media de Trípoli. Pero poco a poco la guerra civil se acercaba. Un mes atrás me decidí: tenía que irme. Era muy peligroso para mí quedarme allí. Tenía que partir. Tomé el autobús, llegué a Trípoli, busqué alguno que me ayudase a conseguir pasaje en un barco para Italia. Terminé en Gergarisch. Nos metieron en un campo. Éramos muchísimos. Mil, mil quinientos quizás. Nada de camas. Dormíamos en el suelo. Sin siquiera una manta. Calor infernal de día y de noche un frío terrible. Para calentarnos un poco cada uno se apretujaba con su vecino. No veíamos la hora de partir. Cualquier día era bueno. Pero no llegaba más. Finalmente el jueves 16 nos anunciaron la partida. Sábado. La narración se junta con la de Omar y Abdirizzak. Nazir, un amigo que se tuvo que quedar tendido por la fatiga y un tercer compañero de viaje bengalí, no terminaron bajo la cubierta como los otros dos muchachos somalíes. Tal vez porque habían pagado más que los otros. Nos encontramos con una treintena en lo más alto del pesquero. Cerca del comandante sirio y de otro piloto, un tunecino. El sirio bebía . Vino. Bebía, bebía y fumaba hachís. Hacen mímica como que no estaba en sus cabales y no tenía el control del pesquero. A cierta hora, después de haber hecho sonar la alarma pidiendo socorro, vieron arribar una nave. Era grandísima. Y nosotros, tratando de acercarnos, terminamos yendo derecho a chocarla. Instintivamente nos tiramos hacia atrás. Todos gritaban. De abajo, donde estaban encerrados los africanos, sentíamos gritos pidiendo ayuda: Help, Help! Fue un segundo. El pesquero se dio vuelta y terminamos en el agua. Cinco minutos, no más y se fue al fondo. Permanecimos allí, tratando de nadar, una media hora. No se veía nada. Los marineros filipinos de la nave tiraron escaleras de soga. Me agarré y logré salir. ……………. Del relato me quedan algunas cosas. Una que pareciera que no es como contaron los medios que todos se abalanzaron hacia un lado para pasar a la otra nave. Como si fueran unos desesperados ignorantes del barco en que iban. Estos jóvenes dicen que cuando vieron que iban a chocar se corrieron instintivamente para el otro lado, luego que el capitán había soltado el volante. De los de abajo sólo quedan en los oídos de los jóvenes –y en los nuestros- esas dos palabritas en inglés desesperado “Help” “Help”. Me dan tanta pena! Esas dos palabras me hacen llorar más que todo lo demás. Imaginar a las mamás que han aprendido a pedir ayuda en inglés, pensando que quizás así los que venían a salvarnos entenderían su pedido. No es un grito desesperado. Es un pedido. Una invocación. Dicha en inglés para que la entendamos bien todos. Hay gente pidiendo ayuda! Ojalá que Jesús escuche a sus ovejitas. El dice que sí. Y que da la vida por ellas. ………….. Mi reflexión es esta.

 Son tragedias evitables, como las nuestras, la de Cromagnon, la de Once. Muere gente de más porque van amontonados. Y hay que caer en la cuenta de que “son personas como nosotros”. Si hubiéramos sentido que “se acercaba la guerra”, como Nazir, muchos de nosotros hubiéramos optado por meternos en esas barcazas. Lo que me ayudan a ver estos testimonios es qué tipo de persona quiero ser, con quiénes quiero estar, con quiénes me quiero codear. Qué historias me interesan. Las historias que nadie cuenta, como la de la familia de Nazir que juntó la plata para que él hiciera fortuna, las historias de las que sólo nos queda una palabra –esos ¡Help! ¡Help!... Esas son historias de Vida, de gente que quería vivir bien, que no se resignaba a vivir mal. Por eso es que hay que reconstruir esas historias, porque son de vida. Al lado de ese deseo desesperado de vivir, al lado de la valentía de esas madres que se lanzan al mar con sus hijos, al lado de esos que se desprenden de 7.000 dólares, con los que podrían sobrevivir un buen tiempo en sus países, para apostar a una esperanza para sus hijos, qué aburridas qué insulsas resultan las historias que nos cuentan los diarios, de gente aburrida que no sabe qué hacer con su vida. Tanta aburrida superficialidad! Esos sobrevivientes que vemos no son solo una “parte de la humanidad del presente” –la más valiente, la más llena de garra y coraje. Si miramos bien, podemos ver que son nuestros antepasados. Nosotros descendemos de “sobrevivientes”. Provenimos de los que se subieron a los barcos y huyeron de las guerras, de los que prefirieron arriesgarse antes que quedarse en lugares sin posibilidades. Mirarlos a ellos es como mirar a nuestros abuelos. La humanidad no es de los que viven aburridos consumiendo lo que otros crearon sino de los que luchan por la vida, de los que forman familia y buscan trabajo y se desloman trabajando para que sus hijos tengan una vida mejor. Esos inmigrantes son también nuestro futuro. No por nada nos conmueve tanto la imagen de los frágiles seres humanos en un barquito en medio de la noche y del mar encrespado. Es la imagen del Arca de la que venimos y es la imagen de nuestra pequeña tierra, perdida en el Océano del universo oscuro. También nuestro mundo, con toda su sofisticación y belleza, si se inclinara un poquito hacia alguno de los lados, si nos acercáramos un poquito de más al sol, se inundarían nuestras tierras como se llena de agua una barca y no tendríamos lugar dónde escapar. Nuestra querida tierra también morirá un día. Puede que sea tan milenariamente lejano que no nos interese, pero hace bien saber que esa barcaza en la que se amontonan los inmigrantes es la foto de un futuro nuestro. Quizás el fin será como Cromagnón, un gran incendio, o será como Once, un choque de algún asteroide, o será una inundación, pero estas así llamadas “tragedias” son adelantos de algo que hace a nuestra condición de seres contingentes, como dicen los filósofos. Por eso es que hay que mirarlas de frente y, dada la fragilidad de nuestra barca, mirar al que tenemos al lado: las personas son lo que cuenta. Y por ellas y para ellas es que hay que cuidar la barca, custodiar lo creado, como nos dirá el Papa en la próxima encíclica sobre la Ecología. Diego Fares S.J.

 MI FINAL Usted ya voto un mago y un ilusionista que resolvierán todos los problemas ¡¡¡La pucha que era sencillo!!!

No hay comentarios: