Desde chicos hemos aprendido que tenemos cinco sentidos: visión, olfato, audición gusto y tacto que son comunes al reino animal, en unos más desarrollados que en otros de acuerdo a la necesidad y uso que cada uno haga de ellos para sobrevivir, alimentarse y reproducirse.
A cada paso comprobamos como ya no se los usa y hasta se los elimina y desprecia, estamos perdiendo la más fantástica fuente de información que la naturaleza nos ha dotado para conocer y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Quizás por eso no sea sorprendente la cantidad de despistados que no saben donde están parados, y no ven ni escuchan, viven en una aséptica burbuja.
Esos horribles personajes que la ciencia ficción anticipaba como el hombre del futuro, los veremos por la calle en pocas generaciones.
El pabellón de la oreja existe para que a través de la reflexión del sonido podamos ubicar su origen: adelante, atrás, arriba o abajo; hoy para escuchar algo debe superar los 100 decibeles, provenientes de un parlante o un auricular ¿para qué una oreja? Es más ¿para qué el oído? A éste paso a los ocho años serán todos sordos como tapias por una exposición continua a ruidos que superan el máximo internacionalmente permitido, trauma acústico se llama y la consecuente sordera es irreversible y definitiva.
La nariz está de más. Los olores han sido desacreditados y hasta catalogados de mal gusto, hasta la comida parece que debe ser inodora e insípida, ¿olor a pescado, ajo o cebolla? ¡puaj! Que ordinariez. Aquello de que se hiciera agua la boca, por los aromas que venían de la cocina se acabó. Hoy viendo a los expertos “gourmets”, según les dicen, uno se entera que el plato de comida es cuestión de colores; debe ser “divertido”, por favor deténgase en el despropósito, comida divertida, el olor y el sabor son cosas de primitivos.
La visión habitualmente no supera los 4 mts, quizás en la calle para ver al peatón o al semáforo 25/50 mts. ¿Cuánto hace que no ve el horizonte, se acuerda de qué color es? Hasta el tacto está en decadencia, hoy la mercadería se muestra pero no se toca. Hoy con la yema de los dedos basta, para el teclado o el celular.
¿Recuerda aquella época, no hace tanto, cuando se iba a comprar provisiones, se tocaba, palpaba y olía todo y si no se podía no se compraba?, ahora le han puesto una “higiénica” barrera de plástico, la mugre está adentro pero no se ve y eso es lo que cuenta, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Casi es para reflexionar ¿no hemos vuelto los humanos tan sucios y apestados que hay que aislar todo, o la mentira y la estupidez humana a pasado todos los límites?. ¿Cuántas veces se ensartó comprando una prolija bandeja de frutas que se veían pintadas y eran más duras que una roca de frigorífico bien envasadas?, se mira y no se toca. Algo tan común como el pan, aquel que tomábamos en la mano para sentir como crujía y el olor que despedía, certificado inobjetable que era fresco y bien horneado, ahora las disposiciones de higiene municipal lo prohíben, se despacha con guantes o con una bolsa en la mano ¿habrán pisado alguna vez esos funcionarios la cuadra de una panadería?, ¿Cómo se le da forma a un pan francés, a un mignon o a una medialuna con guantes?
A medida que escribo me inquieta una pregunta, ¿Tendrá alguna relación esta pérdida de los sentidos y de las sensaciones que despiertan, con la creciente insensibilidad que se constata en todos los órdenes?Todos los días vemos o leemos acerca de aquellos que recurren a las más insólitas experiencias en busca de “sentir la adrenalina” que por otra parte no se siente, solo se experimentan sus efectos; aceleración del pulso, estado de alerta y erección de los pelos, lo que naturalmente le ocurre a perros y gatos cuando enfrentan un supuesto enemigo, como sin ser perros o gatos todos hemos experimentado ante un potencial peligro. Pobre gente, los imagino revolcándose entre la basura para experimentar la sensación del olfato. Pareciera que aún sin quererlo de a poquito todos vamos por el mismo camino, aprovechemos entonces a oler todo, a mirar hasta lo que no existe, a oír y a tocar, a saborear las hojas y por qué no, a chuparnos los dedos. Se que da para más pero sinceramente con 40ºC a la sombra no estoy en vena, le regalo la idea abierta, todavía tiene mucho jugo.
A cada paso comprobamos como ya no se los usa y hasta se los elimina y desprecia, estamos perdiendo la más fantástica fuente de información que la naturaleza nos ha dotado para conocer y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Quizás por eso no sea sorprendente la cantidad de despistados que no saben donde están parados, y no ven ni escuchan, viven en una aséptica burbuja.
Esos horribles personajes que la ciencia ficción anticipaba como el hombre del futuro, los veremos por la calle en pocas generaciones.
El pabellón de la oreja existe para que a través de la reflexión del sonido podamos ubicar su origen: adelante, atrás, arriba o abajo; hoy para escuchar algo debe superar los 100 decibeles, provenientes de un parlante o un auricular ¿para qué una oreja? Es más ¿para qué el oído? A éste paso a los ocho años serán todos sordos como tapias por una exposición continua a ruidos que superan el máximo internacionalmente permitido, trauma acústico se llama y la consecuente sordera es irreversible y definitiva.
La nariz está de más. Los olores han sido desacreditados y hasta catalogados de mal gusto, hasta la comida parece que debe ser inodora e insípida, ¿olor a pescado, ajo o cebolla? ¡puaj! Que ordinariez. Aquello de que se hiciera agua la boca, por los aromas que venían de la cocina se acabó. Hoy viendo a los expertos “gourmets”, según les dicen, uno se entera que el plato de comida es cuestión de colores; debe ser “divertido”, por favor deténgase en el despropósito, comida divertida, el olor y el sabor son cosas de primitivos.
La visión habitualmente no supera los 4 mts, quizás en la calle para ver al peatón o al semáforo 25/50 mts. ¿Cuánto hace que no ve el horizonte, se acuerda de qué color es? Hasta el tacto está en decadencia, hoy la mercadería se muestra pero no se toca. Hoy con la yema de los dedos basta, para el teclado o el celular.
¿Recuerda aquella época, no hace tanto, cuando se iba a comprar provisiones, se tocaba, palpaba y olía todo y si no se podía no se compraba?, ahora le han puesto una “higiénica” barrera de plástico, la mugre está adentro pero no se ve y eso es lo que cuenta, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Casi es para reflexionar ¿no hemos vuelto los humanos tan sucios y apestados que hay que aislar todo, o la mentira y la estupidez humana a pasado todos los límites?. ¿Cuántas veces se ensartó comprando una prolija bandeja de frutas que se veían pintadas y eran más duras que una roca de frigorífico bien envasadas?, se mira y no se toca. Algo tan común como el pan, aquel que tomábamos en la mano para sentir como crujía y el olor que despedía, certificado inobjetable que era fresco y bien horneado, ahora las disposiciones de higiene municipal lo prohíben, se despacha con guantes o con una bolsa en la mano ¿habrán pisado alguna vez esos funcionarios la cuadra de una panadería?, ¿Cómo se le da forma a un pan francés, a un mignon o a una medialuna con guantes?
A medida que escribo me inquieta una pregunta, ¿Tendrá alguna relación esta pérdida de los sentidos y de las sensaciones que despiertan, con la creciente insensibilidad que se constata en todos los órdenes?Todos los días vemos o leemos acerca de aquellos que recurren a las más insólitas experiencias en busca de “sentir la adrenalina” que por otra parte no se siente, solo se experimentan sus efectos; aceleración del pulso, estado de alerta y erección de los pelos, lo que naturalmente le ocurre a perros y gatos cuando enfrentan un supuesto enemigo, como sin ser perros o gatos todos hemos experimentado ante un potencial peligro. Pobre gente, los imagino revolcándose entre la basura para experimentar la sensación del olfato. Pareciera que aún sin quererlo de a poquito todos vamos por el mismo camino, aprovechemos entonces a oler todo, a mirar hasta lo que no existe, a oír y a tocar, a saborear las hojas y por qué no, a chuparnos los dedos. Se que da para más pero sinceramente con 40ºC a la sombra no estoy en vena, le regalo la idea abierta, todavía tiene mucho jugo.
1 comentario:
Es verdad. Yo extraño particularmente meter las manos dentro de las bolsas de granos que había en los mercados como cuando era pequeña
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