Como todo vuelve, esto también.
Es una penosa mascarita, un simple y ridículo disfraz. ¿De que hablo?. De una antigua institución, hoy rebautizada “carrera de funcionario público”. Se observará que se habla de un curso de honor, ese es el nombre que le quedó como todo lo que vuelve, vacío de contenido. Todos los cadáveres son pasto de los gusanos, “pulvus eris an pulvus reconverteris”. Vale para personas y sus obras entre ellas las instituciones. Nacieron de los humanos y no pueden tener un fin distinto.
Su origen está en la sabia decisión de los hombres de la antigua República, que fue grande porque hizo un culto de la vocación de servicio y puso en el más alto honor el hacerlo con la mayor responsabilidad y capacidad. Aquella República que fue capaz de hacer de una mísera aldea del Tíber, un Imperio como no lo hubo ni lo habrá, tan segura de si misma, que si bien conquistó con mano de hierro, asimiló cuantas civilizaciones sometió sin necesidad de destruirlas. Hasta incorporó cuanto Dios, Deidad o creencia encontró. Creció tanto que le faltaron en cantidad y calidad hombres capaces de mantener tal gigante. Como el pescado, se pudrió por la cabeza.
El hedonismo, el lujo, la vida fácil, el; “tanto tienes tanto vales” antes que el servicio están en la raíz de su desintegración. Todo parecido con la actualidad es pura coincidencia.
Ante la manifiesta incapacidad de reunir funcionarios capaces de mantener “medianamente en orden” el funcionamiento del estado se está pergeñado una “carrera de funcionario público”, no solo acá sino en casi todo el mundo, por lo que habrá “másters”, pasantías etc.
En este punto uno modestamente se pregunta ¿qué debe saberse para ser funcionario, distinto de lo que sabe cualquier egresado de los planes educativos oficiales o de las universidades?.
¿Por qué si el egresado ciudadano común no está habilitado para ser funcionario, puede estarlo para elegirlo?
El fundamento de aquel “cursus honorum” era precisamente lo que su nombre proclama, “el Honor” y su formación no era, al decir actual “una curricula de materias y contenidos”, era el ejercicio de distintos cargos sin poder ascender en la escala hasta no haber desempeñado con Honor los inferiores. Si lo ponemos en términos actuales, los candidatos junto al “currículum vitae” debieran llevar el prontuario y la copia de la sentencia del “juicio de residencia”
No faltan hombres capaces para ser funcionarios, el problema es que se los recluta en criaderos de alimañas. Ya se sabe que es más fácil manejar al delincuente, al que se tiene bien agarrado de los orejas, que aquel que es intachable. El funcionario como el simple empleado honesto y capaz, es siempre insoportable para los inútiles que lo rodean o están jerárquicamente encima.
Dicen que quienes olvidan las lecciones de la historia están condenados a repetirla ,parece que tenían razón.
Nuestra sabia Constitución del 53, establecía como único requisito para desempeñar un cargo público la “idoneidad” (están sus acepciones en el diccionario) ¿Cómo, me pregunto, se puede ser idóneo en todo? Hemos visto en los últimos años, ministros que sucesivamente lo fueron de Defensa, Relaciones Exteriores, obras públicas y Fiscales que gobiernan ciudades, sin demostrar al menos en su nueva actividad, los principios de aquella en la que se formaron.
¿En que quedó aquella sabia disposición que obligaba a determinados años de residencia efectiva para representar a una provincia o a los ciudadanos de un lugar?.
El huracán demagógico del pacto de Olivos destinado a implantar la “partidocracia” se llevó más de media República y cientos de disposiciones cuyo efectivo cumplimiento garantizaban una verdadera democracia como forma de gobierno, reelección incluida. Son varias las provincias que han sancionado en sus constituciones la reelección indefinida, lisa y llanamente la tiranía vitalicia. A la vista y paciencia de todos, hasta el hacedor del nuevo país se desvela por los precios de los supermercados antes que por la persistencia de disposiciones que anulan de raíz la cacareada democracia.
Esto es lo que hay y conviene tenerlo muy claro.
Es una penosa mascarita, un simple y ridículo disfraz. ¿De que hablo?. De una antigua institución, hoy rebautizada “carrera de funcionario público”. Se observará que se habla de un curso de honor, ese es el nombre que le quedó como todo lo que vuelve, vacío de contenido. Todos los cadáveres son pasto de los gusanos, “pulvus eris an pulvus reconverteris”. Vale para personas y sus obras entre ellas las instituciones. Nacieron de los humanos y no pueden tener un fin distinto.
Su origen está en la sabia decisión de los hombres de la antigua República, que fue grande porque hizo un culto de la vocación de servicio y puso en el más alto honor el hacerlo con la mayor responsabilidad y capacidad. Aquella República que fue capaz de hacer de una mísera aldea del Tíber, un Imperio como no lo hubo ni lo habrá, tan segura de si misma, que si bien conquistó con mano de hierro, asimiló cuantas civilizaciones sometió sin necesidad de destruirlas. Hasta incorporó cuanto Dios, Deidad o creencia encontró. Creció tanto que le faltaron en cantidad y calidad hombres capaces de mantener tal gigante. Como el pescado, se pudrió por la cabeza.
El hedonismo, el lujo, la vida fácil, el; “tanto tienes tanto vales” antes que el servicio están en la raíz de su desintegración. Todo parecido con la actualidad es pura coincidencia.
Ante la manifiesta incapacidad de reunir funcionarios capaces de mantener “medianamente en orden” el funcionamiento del estado se está pergeñado una “carrera de funcionario público”, no solo acá sino en casi todo el mundo, por lo que habrá “másters”, pasantías etc.
En este punto uno modestamente se pregunta ¿qué debe saberse para ser funcionario, distinto de lo que sabe cualquier egresado de los planes educativos oficiales o de las universidades?.
¿Por qué si el egresado ciudadano común no está habilitado para ser funcionario, puede estarlo para elegirlo?
El fundamento de aquel “cursus honorum” era precisamente lo que su nombre proclama, “el Honor” y su formación no era, al decir actual “una curricula de materias y contenidos”, era el ejercicio de distintos cargos sin poder ascender en la escala hasta no haber desempeñado con Honor los inferiores. Si lo ponemos en términos actuales, los candidatos junto al “currículum vitae” debieran llevar el prontuario y la copia de la sentencia del “juicio de residencia”
No faltan hombres capaces para ser funcionarios, el problema es que se los recluta en criaderos de alimañas. Ya se sabe que es más fácil manejar al delincuente, al que se tiene bien agarrado de los orejas, que aquel que es intachable. El funcionario como el simple empleado honesto y capaz, es siempre insoportable para los inútiles que lo rodean o están jerárquicamente encima.
Dicen que quienes olvidan las lecciones de la historia están condenados a repetirla ,parece que tenían razón.
Nuestra sabia Constitución del 53, establecía como único requisito para desempeñar un cargo público la “idoneidad” (están sus acepciones en el diccionario) ¿Cómo, me pregunto, se puede ser idóneo en todo? Hemos visto en los últimos años, ministros que sucesivamente lo fueron de Defensa, Relaciones Exteriores, obras públicas y Fiscales que gobiernan ciudades, sin demostrar al menos en su nueva actividad, los principios de aquella en la que se formaron.
¿En que quedó aquella sabia disposición que obligaba a determinados años de residencia efectiva para representar a una provincia o a los ciudadanos de un lugar?.
El huracán demagógico del pacto de Olivos destinado a implantar la “partidocracia” se llevó más de media República y cientos de disposiciones cuyo efectivo cumplimiento garantizaban una verdadera democracia como forma de gobierno, reelección incluida. Son varias las provincias que han sancionado en sus constituciones la reelección indefinida, lisa y llanamente la tiranía vitalicia. A la vista y paciencia de todos, hasta el hacedor del nuevo país se desvela por los precios de los supermercados antes que por la persistencia de disposiciones que anulan de raíz la cacareada democracia.
Esto es lo que hay y conviene tenerlo muy claro.
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