diciembre 10, 2013
PUDO SER DISTINTO
Es un buen ejercicio reflexionar que lo que resulto de una manera pudo terminar de de otra. Como se dice vulgarmente, por un quítame de alli esas pajas, una memez, una lluvia o una palabra se modifica el curso de los acontecimientos. Suponer que solo por ausencia de policía las personas se transfiguran en vándalos saqueadores es de una despreciable simpleza. La ausencia de policía es habitual y las llamadas zonas liberadas cosa de todos los días. Pues bien pudieron haber saqueos, de hecho los hubo y de haber estado la policía no hubiese podido evitarlos, PERO hoy la policía estaría acusada por todos de represores genocidas, gatillo fácil y aún estaríamos contando muertos Lo que ocurrió no fue obra de pibes chorros o caídos del sistema fue obra de satánicos cainitas que hacen el mal por el mal mismo. Un fenómeno global como se verá, subproducto de una perversa cultura en que se nace con todos los derechos y las obligaciones han sido transferidas a la sociedad y los estados que les deben asegurar la libertad e impunidad para hacer el mal por el mal mismo. Recurro como otras veces a la claridad argumental y el gracejo castizo de Don Arturo Perez Reverte quien esta a salvo de toda sospecha de represor de derechas para mostrar como es global lo de hacer el mal por el mal mismo Un cigarrillo en Sodoma XLSemanal - 09/12/2013 Caminas por Madrid, en plena huelga de limpieza. Calles hechas una lástima, papeleras volcadas, suciedad desparramada por el suelo. Apropiada imagen, o fiel metáfora, de la España que tenemos y la que vamos a tener. Turistas asombrados haciendo fotos del desolador paisaje de desperdicios. Piquetes informativos -no hay eufemismo más idiota que ese informativos- vaciando contenedores de basura en mitad de la calle, aunque la basura no tenga relación directa con el asunto. Hace diez minutos, en un parque infantil con toboganes y columpios, acabas de ver a dos energúmenos, provistos de bolsas cogidas de un contenedor, cubrir de porquería la arena donde juegan los niños. Hacerlo con toda tranquilidad, metódica y deliberadamente, mientras, de la veintena de personas que andabais por allí, sólo una señora de cierta edad, una chica joven y tú mostrabais desaprobación. Y la respuesta de uno de esos animales fue para retenerla en mármol: «Que se jodan. Otros niños pasan hambre y no pueden jugar». Una de esas escenas, en fin, que de no saber, como sabes, que varios piqueteros detenidos estos días no son trabajadores de las empresas en huelga, sino camorristas agregados como refuerzo por algún sindicato del langostino, te haría desear, instintivamente, que a los huelguistas les dieran bien por la retambufa, hasta partírsela. Lo que pasa es que tienes la certeza de que los huelguistas -me refiero a los honrados de verdad, no a esos miserables del parque infantil- tienen razón, que el Ayuntamiento y las empresas pretenden jugarles a los limpiadores la trampa del chino, y que de alguna forma hay que plantar cara y decir basta. Así que te resignas, una vez más, a ser rehén de los desesperados frente a los golfos de siempre. Todo eso, claro, te hace estar de mal humor. Caminas sorteando desperdicios, maldiciendo para tus adentros en arameo. Acabas de pisar una fruta pocha que estaba en la acera, resbalándote la suela del zapato, en un tris de darte un leñazo de escayola y seis meses. Ya te ves fotografiado por la Nikon de un turista japo en su álbum familiar de Kyoto o de Hiroshima, o de cómo se llame el sitio: tú tirado en el suelo sobre un montón de basura, deslomado, mientras un tal Tadamichi Kuribayashi le dice a su cuñado mientras beben sake: mira qué cara de gilipollas se les pone a los españoles cuando resbalan y se pegan una hostia. Así que, como eres mediterráneo y tienes cierta facilidad barroca para el desahogo verbal, alzas el rostro hacia una altura conveniente y reniegas en voz alta y clara de la huelga de limpieza, de la basura, del ayuntamiento, del relaxing cup de café con leche, del imperio del sol naciente y de la madre que lo parió. Y luego, ya tomada carrerilla, extiendes la cosa blasfematoria a las cuevas de Altamira, a la dama de Elche, a Santiago Matamoros, a la España de Quevedo y la de Galdós, al ministro Montoro -cualquier ocasión es buena para blasfemar sobre ese tío-, al retablo de San Prepucio y al copón de Bullas. Y acabas deseando que llueva napalm y que de una vez nos vayamos todos, ya que tanto nos empeñamos, a tomar por saco. Es ésas andas, como digo. Calentándote sobre la marcha, con los ojos inyectados en sangre y aire homicida, de manera que si en ese momento encontrases al paso una armería, igual te metías dentro, te llenabas los bolsillos de cartuchos y al rato salías en los periódicos en plan Rambo, pumba, pumba, lo que hace la edad, al Reverte se le fue la olla e hizo un pleno al quince. Y así andas, desolado, cuando ante un semáforo en rojo ves a un hombre joven que fuma. Lleva una chaqueta sin corbata y sostiene en la otra mano un maletín negro. Sus zapatos están limpios. Está parado junto a una papelera a la que algún piquete informativo informó arrancando de su soporte, del que sólo queda en pie la carcasa. Papelera rota y contenido están tirados por el suelo. El hombre joven sigue fumando tranquilo entre toda aquella suciedad, esperando que se ponga en verde la luz del paso de peatones. Y en un momento determinado, consumido el cigarrillo, se vuelve con la colilla entre los dedos, mirando incómodo la basura que lo rodea. Y al ver el pequeño cenicero que la carcasa de la papelera rota todavía conserva encima, lo apaga ahí con mucho cuidado, pulcramente, dejando la colilla antes de cruzar el paso de peatones, que ya está en verde. Y tú te lo quedas mirando con admiración mientras se aleja, consolado de pronto como si un analgésico te recorriese las venas. Reconciliado con el mundo, con Madrid y con la vida, porque hoy has visto a un hombre bueno fumando un cigarrillo en una calle de Sodoma. .
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